Por Sandra Caquías Cruz
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Nota: Tercera de varias notas sobre oficios en extinción.
YAUCO – José Antonio Vélez Burgos guarda celosamente las hojas de tabaco que utiliza para hacer cigarros que vende en ferias de artesanías o a los amigos que lo fuman.
Vélez Burgos, vecino del barrio Palomas, en Yauco, es uno de los pocos artesanos del tabaco que quedan en Puerto Rico. Precisamente, lamentó que Puerto Rico haya abandonado ese cultivo, una labor que, según explicó, le cedió al vecino país de la República Dominicana.
“Desde el 1890 hasta 1970, nosotros (Puerto Rico) estábamos despuntando en los primeros tres lugares a nivel mundial en la siembra, cultivo y manejo del tabaco”, dijo Vélez Burgos, quien comenzó en el tabaco cuando le dieron uno a probar.
Al llegar a su casa, señaló que gran parte de las tierras en esa comunidad una vez estuvieron sembradas de tabaco. “Conocí al último capataz que tuvo esta finca de tabaco”, dijo sobre el que fue dueño de esa finca.
“El tabaco es un producto complejo para sembrarlo, aunque la planta dura seis meses hay que estar bien pendiente para no perder la cosecha”, comentó mientras buscaba una prensa que adquirió de una extinta tabacalera que guarda como reliquia y que utiliza para moldear sus tabacos.
Las hojas de tabaco se las compra a un pequeño agricultor, un hombre que las siembra a pequeña escala en su residencia. “Ves todo eso, (terrenos abandonados y forrados de maleza y algunos frutos), eran sembradíos de tabaco”, señaló.
Vélez Burgos mostró la pesada prensa, se sentó y estiró el brazo para sacar las hojas de tabaco que tenía en unos contenedores plásticos.
Explicó como empuñaba las hojas, el uso de cada una, el despalillado y como unía las aromáticas hojas, las que humedecía con agua destilada para facilitar el moldear las hojas, y le daba forma de cigarro. “Cada cual tiene su estilo”, indicó sobre los pocos tabacaleros que hay en Puerto Rico.
“Las personas que fuman cigarro son bien exigentes”, dijo mientras continuaba el proceso para darle forma redondeada a sus cigarros. Explicó como se imprimían los aromas a cada pieza, la madera, el chocolate, entre ellos.
“El mejor cigarro que existe es el que le agrade a la persona y tenga el dinero para adquirirlo”, comentó sobre los tabacos y gustos de sus clientes. No hay mejor sabor ni olor, hay preferencias. “Cada paladar es distinto”, comentó.
Vélez Burgos explicó que se consideraba más educador que comerciante porque se ha dado a la tarea de conocer lo que ha ocurrido con esa industria y en la elaboración para conseguir la máxima calidad, sabores y olores.
Y al final de la explicación, prendió un tabaco. Antes de que el humo impregnara el olor, sacó una pequeña flama y quemó un extremo de la punta del tabaco; lo sopló para, según explicó, expidiera cualquier sustancia producto de la combustión y luego aspiró el humo que más tarde exhaló con sutileza.
