Por Nydia Bauzá
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PEÑUELAS – Hierros corroídos, cubiertos de moho, ocupan el espacio vital de lo que fue el floreciente sector Pueblito, en la Bahía de Tallaboa, donde se asentaron los primeros colonos de este pueblo en la primera mitad del siglo 18.
La chatarra contaminada con lluvia ácida de azufre, asbesto y otras sustancias químicas se asoma a nuestra vista a la izquierda desde la PR-2, cuando nos aproximamos a la entrada de mi querido Peñuelas.
Sigo la marcha en ruta hacia el Valle de los Flamboyanes, pero es imposible que nos salgan al paso como fantasmas los desechos abandonados por aquellas “gloriosas refinerías”, que en los años de 1960 y 1970, fueron beneficiadas con jugosas exenciones contributivas y tierras prósperas para sembrar petroquímicas y llenar con ilusiones de “progreso” a los peñolanos y residentes de pueblos limítrofes. En aquella época de bonanza, hasta el equipo de pelota de Peñuelas, llevaba el nombre de “Petroleros”.
En mi niñez cuando acompañaba a mi papá a visitar a “los Bauzá” del Pueblito, recuerdo cómo en aquellas casas teníamos que gritar para comunicarnos porque las petroquímicas estaban rodeando el predio y el ruido ensordecedor de las turbinas no permitía la conversación. Nuestros parientes que habían desarrollado allí negocios prósperos, se resistieron a vender su propiedad y finalmente, el gobierno los expropió, para dar paso a las refinerías.
También vienen a mi mente imágenes de las noches en que mis padres nos llevaban de paseo para que viéramos el complejo petroquímico encendido y en mi inocencia me parecía ver allí un pueblo con edificios iluminados por guirnaldas.
En medio del sembradío de contaminación, cerca del negocio que se conocía como “Los cubanos”, todavía está el “Mechón”, una gigantesca torre que prendían cuando procesaban petróleo. La potente flama iluminaba todo el lugar, cuál luna llena y cuando pasábamos cerca sentíamos que el insoportable calor nos quemaba. Con los movimientos telúricos de 2020, corrieron versiones pueblerinas de que la estructura en desuso, muy cercana a la PR-2, se desplomaba, pero sigue allí erguida para recordarnos el calentón de aquel Mechón que llegaba hasta los campos y el pueblo.
La tensión también se apoderaba del casco peñolano cuando en la Refinería sonaban las alarmas que alertaban de accidentes con obreros, fuegos o escapes de gas.
Antes de continuar mi ruta por la PR-385, a mi derecha se erige el Monumento al Güiro, nuestro instrumento nacional, en honor a otro de los cognomentos de Peñuelas: “Capital del Güiro” .
Árboles raquíticos y hojas mustias a las que la contaminación les castró el verdor y les impidió alcanzar su esplendor, completan el paisaje. Justo debajo de la arboleda se levantó como celoso guardián de la salud ambiental del pueblo, el Campamento contra las Cenizas de Carbón, donde todavía algunos vecinos se mantienen vigilantes.
Muy cerca, en la misma PR-385 está la entrada a los dos vertederos de sustancias tóxicas, contra los cuales el pueblo peñolano libró una intensa lucha en 2016, apoyado por líderes ambientales y sectores amplios de todo Puerto Rico, que se unieron a las protestas para detener los camiones cargados con cenizas de la empresa cogeneradora Applied Energy Systems (AES).
En 1975 se estableció el primer vertedero industrial en Peñuelas y las petroquímicas comenzaron a operar desde 1959. Una de estas últimas industrias cerró operaciones, en 1985.
Camino a mi querido pueblo me topo con la misma estampa de años, ahora, con mayor contaminación, pues los vertederos fueron ataponados con cenizas de la carbonera de Guayama, mientras la limpieza de los terrenos contaminados por las petroquímicas, nunca ha sido prioridad en las esferas de poder.
Hace unos años hubo un intento de una de las industrias por remover algunas de las torres enmohecidas, pero la demolición se paralizó ante denuncias de la comunidad de que no se estaba utilizando el debido proceso de remoción de asbesto.
En mi reencuentro con Peñuelas, del que nunca me he separado, aunque mantenga mi residencia en San Juan, reflexiono y mis pensamientos chocan contra las promesas incumplidas de adjudicar responsabilidad a los que dejaron tiradas las refinerías y se fueron, sin limpiar los terrenos. Pienso en la docena de comunidades de Tallaboa que desaparecieron o fueron desintegradas para dar paso a la “industrialización” entre ellas, Guaypao, cercana a la desaparecida CORCO, como recoge en escritos el historiador y poeta peñolano, Silvio Echevarría.
Mis pensamientos vuelan y me llevan a la alegada bonanza económica, de la que no se benefició el pueblo de Peñuelas, dónde todavía muchos compueblanos y compueblanas viven bajo niveles de pobreza. Pienso también, en la incidencia de cáncer que se ha disparado en mi querido pueblo y en otros pueblos del sur también olvidados y arropados por la contaminación. Medito sobre aquel “progreso” de la panacea de las petroquímicas, del que solo queda una estela de chatarra, sufrimiento y desolación.