Por Ana Delma Ramírez
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PONCE – Erika Barruos Pérez le asegura a su mamá que en su casa los roles de madre e hija se invirtieron aun cuando perdió la visión y de día sale a ejercer de maestra de educación física de niños de escuela elemental.
Miss Erika, como la llaman los niños, perdió la visión de la noche a la mañana. Estaba al volante de un auto cuando dejó de ver la luz del semáforo. Salía de la escuela y pasó, tal vez, el peor susto de su vida. “Me estacioné como pude y le pedí a Dios que me deja llegar a casa”, dijo. Jamás ha podido volver a conducir un auto.
La maestra de la escuela Rodulfo Del Valle, en Ponce, perdió toda la visión. Explicó que cuando voltea un poco la cabeza pudiera ver una sombra difusa, pero ha visitado médicos, incluso en los Estados Unidos que se especializan en su condición y la respuesta es que no volverá a ver.
Mientras, Erica se ha hecho cargo de su madre, Olga M. Pérez, una expresidenta del grupo Caminantes de Plaza del Caribe, en Ponce. Entre ambas mujeres siempre ha existido una complicidad de amor y apoyo, preocupaciones mutuas. Durante 18 años, Pérez cuidó y apoyo a su hija cuando, a los 35 años, de manera repentina, quedó ciega.
Ahora, los roles están invertidos. Olga lucha con condiciones motoras que le impiden realizar la mayoría de las tareas del diario vivir a las que estaba acostumbrada y Erika ha salido a su rescate.
Erika no tiene límites en cuanto a tareas del hogar y trabajo, aunque no tiene visión. Es una mujer muy independiente. Realiza los roles del hogar como cualquier otra ama de casa.
Limpia, lava, tiende ropa, cocina un poco, asea el baño, cuida de su mascota, entre los roles de su vivienda. También realiza tareas financieras con cajeros automáticos, utiliza aplicaciones como
ATH móvil, tiene cuentas en las redes sociales a las que pertenece y dirige dos ‘chats’ de no videntes, todo desde un celular al que le activó voz que le lee los mensajes y le permite manejar su diario vivir.
Erika quedó ciega de un día a otro por una condición irreversible de la degeneración en las retinas oculares. La primera reacción de su madre fue suplicarle a Erika que dejara su trabajo, temiendo por la seguridad de su hija.
“A mi mamá le afectó más que a mí”, aseguró la maestra, quien determinó que no dejaría su trabajo el que mantiene y por el que ha tenido que luchar con querellas, así como superar prejuicios y discriminaciones.
En el momento que perdió la visión, trabajaba en la escuela (ahora cerrada) Luis Muñoz Rivera II. “Llegué guiando a mi trabajo y cuando salí no veía los semáforos, pensé que algún camión lo había roto, cerca del otro semáforo de esa vía tampoco pude verlo y pase en rojo. Todos los autos se detuvieron frente a mí, les pedí excusa y explique que perdí visión; oré y clamé a Dios me permitiera llegar a mi casa en la urbanización Las Delicias (en Ponce). Así cambió mi vida un día veía al otro día no”, describió.
Con ese impactante relato Erika; quien le recuerda a su mamá que ahora es ella la que hace el papel de madre, habló del proceso que superó para que se le reconociera la Ley ADA, siglas en inglés para protección de personas con discapacidades.
Se sintió obligada a radicar una querella en OPPI (Oficina del Procurador de Personas con Impedimentos) ya que una directora escolar la instaba a renunciar y no le asignaban un asistente. A pesar de tomar adiestramientos especiales para adaptarse a su nueva realidad, nunca recibió los equipos especiales para su condición.
Aun así, y como la describe su madre, “Erika es una mujer que se lleva el mundo de frente”. Este año atiende una matrícula elemental de niños de educación especial a quien imparte destrezas motoras, seguridad, nutrición, ropa deportiva, zumba y baile.
En el pasado, esta maestra, graduada de la Pontificia Universidad Católica de Ponce en 1993, practicaba deportes de conjunto cónsono con su interés por ser maestra. En su academia dirigió quintetos de baloncesto y preparó estudiantes para sus días de juegos.
La mayoría de los compañeros la apoyan, algunos estudiantes le ayudan. Elizabeth Ortiz, quien es su asistente y le provee transporte, dijo que Erika conoce a la perfección las rutas y sus desvíos, así como donde están farmacias, bancos y centros comerciales. “Mentalmente tengo un mapa”, comentó.
Erika cumplió su más anhelado sueño: viajar a Europa para la celebración de sus 50 años. A pesar de su limitación de visión, asegura que disfrutó al máximo la experiencia.
La educadora se describe como una persona normal que va al cine, se sienta frente al televisor y no detiene su actividad en las redes sociales.
“En mi oficina tengo un radio que me mantiene informada de las vivencias de mi país; las personas no deben dejar que las tristezas y problemas los detengan, siempre hay solución para todo, no hay límites”, expresó optimista.
Erika ama lo que hace. Ama sus niños, trabaja, no falta, le gusta enseñar, no tolera estar en su casa por su condición. En la escuela realiza los roles de cualquier educador: ir al ponchador, al baño sola, salir al patio y atender personalmente a cada estudiante.
Con respecto a su pérdida de visión, explicó que, junto a su madre, buscó todos los posibles tratamientos y diagnósticos, en Puerto Rico, Miami, Nueva York y República Dominicana, de donde es oriunda, al igual que su mamá.
Pérez, quien es oriunda de la República Dominicana, donde trabajaba en una bolera, llegó a Puerto Rico cuando su hija tenía dos años.
Es conocida en círculos ponceños como empresaria culinaria confeccionando bizcochos y alimentos para diferentes actividades. También estuvo activa en la Parroquia Santísima Trinidad donde fungía como lectora.
Con gran sentido de humor y líder se vio impactada con sus dolencias e incapacidad motora, según Erika esa situación ya su madre la ha ido superando.
De hecho, actualmente Erika ni su mamá pueden conducir, empero esto no es impedimento para salidas sociales y de trabajo.
Erika ha heredado de su madre el amor por el trabajo, dedicación y responsabilidad. “Erika es una adulta, toma sus decisiones y las respeto”, afirmó Pérez al indicar que sus vecinos han sido muy cooperadores y empáticos con ambas mujeres.
Luego de la pérdida de visión de Erika el hábitat del hogar de madre e hija ha cambiado especialmente por la nueva realidad de Pérez, una mujer de la tercera edad que pasó años readaptándose a la condición ocular de su hija.