(Una de varias historias con motivo del Día de la Mujer.)
Por Sandra Caquías Cruz
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GUAYANILLA – El pasado 8 de enero, tras largas horas de trabajo en uno de los pueblos más estremecidos y afectados por el terremoto, la teniente Lilliam Ortiz Oliver, Comandante en Guayanilla, se encontró que sus policías tenían hambre, no había energía eléctrica, sí dinero, pero ningún negocio de comida estaba abierto para que poder suplir la necesidad del contingente de hombres que tenía bajo su dirección.
La Comandante llamó a Mayagüez y le informaron que en un restaurante de comida rápida -ubicado en Sabana Grande- estaban atendiendo clientes por la ventanilla.
No tenían garantía de que todavía estuviera abierto en restaurante, pero Ortiz Oliver decidió empuñar su cartera, subir a una patrulla y salir a comprar alimento para los policías que tenía bajo su supervisión y que llevaban horas atendiendo las víctimas del terremoto. Llegó a Sabana Grande y logró comprar la comida.
Ortiz Oliver, residente en Villalba, recién fue reconocida por sus pares como una comandante distinguida porque en los 20 años en la Policía nada la amilanó para llegar hasta el rango de comandante. Tampoco la intimida ser la única mujer comandante en las reuniones de staff.
“Ascender en esta agencia es retante”, describió.
La comandante Ortiz Oliver ingresó a la Policía en febrero del 2000. Tenía 19 años y el primero de sus tres hijos. Inició su labor en Vieques, donde no tenían residencia para mujeres por lo que se debía reportar a Fajardo para que una lancha de las Fuerzas Unidas de Rápida Acción (FURA) la transportar a la Isla Nena. Eran momentos en que agentes federales arrestaban desobedientes civiles.
Durante cuatro años se hospedó en Naguabo para viajar a Fajardo. Más tarde, la asignaron al Precinto Villa, en Ponce, un cuartel que atiende gran cantidad de población y un área de alta incidencia criminal. Estuvo cinco años en el precinto Villa hasta que hace dos años la asignaron a dirigir el Distrito de Guayanilla.
En las dos décadas de policías laboró en lo que se conocía como Saturación, donde trabajaba en intervenciones con drogas. También laboró en la División de Vehículos Hurtados, pero una de las funciones más retantes, según narró, fue dirigir la Unidad de Delitos Sexuales.
“Han sido 20 años de muchos retos”, describió Ortiz Oliver, quien posee un bachillerato en Justicia Criminal y una maestría en Gerencia. Ahora tiene a su cargo 50 personas, 38 de ellos agentes y otros seis sargentos. “Es todo un reto llegar a comandante siendo mujer, no es un cliché”, aseguró.
“En una agencia como la Policía, tienes que tener el rango y el carácter para hacer cambios. No nací para ser agente, yo quiero hacer cambios”, dijo.
Sobre sus funciones, en especial lo ocurrido en día del terremoto, relató que esa madrugada estaba en Villalba, donde lo sintió menos que si estuviera en Guayanilla. Al llamar al Cuartel de Guayanilla notó mucha preocupación por lo que comenzó a prepararse para salir, pero le sonó un alerta de tsunami y procedió a dar instrucciones al supervisor del turno para que todos los policías salieran del lugar fuera en patrulla o en autos privados, pero tenían que salir inmediatamente.
Tan pronto salieron los primeros rayos de sol, salió de Villalba. La ruta que a diario le toma una hora en esa ocasión le tomó varias debido a los derrumbes. Durante el trayecto seguía en contacto con el supervisor. “Llegué casi a las 10:00 am. y encontré muchos policías y civiles bien afectados”, describió.
“Trabajábamos 12, 13 y 14 horas diarias. Regresaba (a Villalba), dormía cinco horas y volvía a Guayanilla, al pueblo devastado, al que no tenía nada”, dijo.
“Tenía policías que terminaban el turno y se quedaban durmiendo en los carros porque no querían regresar a sus casas. Otros llegaban y se descomponían. Comenzaban a vomitar. No podían comer. Les daba nauseas, se descompensaban. Muchos perdieron sus casas”.
“Siempre le decía que yo iba a trabajar con el que llegara. Si no podía llegar, no había problemas. Habían tantas emergencias a la vez, fue peor que el huracán María; y siempre con la incertidumbre de cuándo volvería a temblar”.
“Estuvimos en turnos de 12 horas hasta el pasado domingo”, indicó antes de señalar a enero como “un mes interminable”.
Dijo que en esa nueva rutina de trabajo estableció un plan con el que todas las noches, antes de regresar a Villalba, visitaba “los refugios criollos, porque los del Gobierno tenían seguridad todo el tiempo, pero los de los barrios y las comunidades no”.
Recordó que junto a varios agentes compraron comida de perro y aves porque visitaban comunidades en las que habían dejado animales solos y hasta verjas tuvieron que saltar para soltar las aves enjauladas y que pudieran salir a comer.
“La Policía no es nada más que para coger querellas. Damos la milla extra por las comunidades», destacó antes de señalar que su «auxiliar venía todos los días de Añasco”.
“Le dedique todo mi esfuerzo al pueblo de Guayanilla”.
“Todas esas son vivencias que uno no olvidarán”, indicó antes de recordar el coraje que sacó el 6 de enero para acordonar una casa que un ingeniero determinó que no era habitable, pero el dueño insistía en quedarse en ella y le recriminaba que ella no tenía la potestad de impedirle estar en esa vivienda. La casa colapsó en el terremoto de la madrugada siguiente: 7 de enero.
La comandante Ortiz Oliver destacó que todas las noches se despedía de los policías expresándole que: “ya en Guayanilla la Policía no le vela el sueño a los residentes porque Guayanilla no duerme”.