Por Sandra Caquías Cruz
PONCE – Sister Rosita María Bauzá conoce La Playa de Ponce como la palma de su mano.
Llegó a lo que llamó “el rabito de Ponce” -porque lo de Señorío era para el centro urbano- hace poco más de cinco décadas. La Playa tenía, en aquel entonces, unos 20 sectores. En la mayoría de ellos vivían en extrema pobreza. Actualmente, a La Playa apenas le queda una docena de sectores, contó.
Sister Rosita, quien llegó a trabajar de la mano de la religiosa Sor Isolina Ferré, recuerda con detalles las múltiples experiencias de ambas en su largo peregrinar por calles y callejones de ese populoso sector ponceño. De aquello le quedan recuerdos y fotos.
La Playa creció y su gente progreso, pero antes hubo muchas manos que pusieron su granito de arena para desarrollarla y mucha gente que movía la rueda ofreciendo servicios por los más necesitados. Sister Rosita y Sor Isolina fueron protagonistas de esa evolución.
“La Playa ha sido mi vida”, expresó Sister Rosita, sentada en el balcón del Convento, justo al lado del edificio donde el empresario y exgobernador Luis A. Ferré forjó la Puerto Rico Iron Works, dialogó con Es Noticia y narró parte de sus vivencias en La Playa.
Sister Rosita, una mujer pausada en su proceder, fue una de las grandes confidentes y cómplices de Sor Isolina mientras gestaban la obra que se desarrolló en esa comunidad. “Ella (Sor Isolina) me decía que yo era su mano derecha, y su izquierda también”, describió sobre el lazo que las unía, sobre todo, en una época como la de Las Avispas, una organización criminal que se desarrolló en La Playa, de Ponce en la década de 1980.
Cerca a las Avispas
Las únicas a las que la organización respetaba y permitió que se les acercaran eran a ellas. Tanto así que fueron las únicas que la organización mando a buscar para el velatorio de su líder.
La muerte del líder de la ganga, pero sobre todo el velatorio, lo recordó con detalles Sister Rosita. Las dos religiosas llegaron juntas al residencial público Lirios del Sur donde estaban velando al líder de la organización bajo extrema vigilancia del propio grupo.
A ellas dos les permitieron pasar al centro comunal donde tenían el féretro. Las dos acudieron juntas, sin policías, aun cuando desde la Fortaleza las llamaron -horas antes- para advertirles que su seguridad estaba en juego sin se atrevían a ir a ese lugar. En el residencial la gente no se atrevía ni asomarse a los balcones. Reinaba el miedo en la comunidad.
Cuando las religiosas pisaron la puerta del centro comunal, todos los miembros de la organización entrelazaron sus manos para formar un cordón humano. “Aquí nadie las toca”, dijo el lugarteniente encargado del acto fúnebre.
A ambas les permitieron hacer un responso, y antes de marcharse, el líder sucesor de la organización las llamó y les entregó un prendedor en forma de abeja. No era una avispa sino una abeja, similar al que el difunto tenía en la solapa. “Nosotros hicieron miembros honorarios”, dijo entre risas Sister Rosita, quien indicó que se sintió segura en aquel lugar.
De ese residencial también recuerda la noche en que Sor Isolina consiguió que Danny Rivera fuera a cantar en lo que llamó ‘Concierto por la Paz’. Lo dejaron solo en la tarima. Los residentes no se atrevían salir de sus apartamentos y Sor Isolina les dijo que si no salían Danny se iría, y que él había llegado a darle unas horas de alegría y de paz.
Los residentes bajaron hasta una tarima que habían construido los mismos residentes y cantaron cogidos de la mano, a coro: “Yo quiero un pueblo que ría y que cante…”, ese era el trabajo de la congregación en La Playa de Ponce, resaltó la religiosa.
Sister Rosita, autora del libro ‘Una esperanza que no defrauda’, el cual recoge la historia de los Centros Sor Isolina Ferré, jamás imaginó la cantidad de roles que desempeñaría al escoger consagrar su vida a una organización de religiosas.
“Yo admiraba el misticismo de algunos santos, ellos hablaban del amor divino, yo quería trabajar para eso. El Señor le da tanto a uno, pero ¿cómo uno devuelve el bien recibido?”, expresó sobre su motivación por la vida religiosa.
Nació en Panamá
Sister Rosita nació en Panamá, aunque su padre es peñolano. Había cumplido un año cuando llegó con sus padres a Puerto Rico. El Banco donde trabajaba su papá, lo envió a Panamá y allá él se enamoró de la reina de un carnaval, se casaron y tuvo su primera de cuatro hijas: Rosita Maria Bauzá Correa.
Al regreso a Puerto Rico vivieron en Utuado y Arecibo. Su papá era muy religioso y hasta trabajó como promotor de vocaciones religiosas. No obstante, en esa lista no estaba su hija. Pero ella no apartó de su mente el que “toda mi vida pensé que quería dedicársela a Dios”.
Sister Rosita encontró muchos escoyos en su familia para poder ingresar a la vida religiosa. Su papá se resistía. Primero le dijo que no había estudiado y luego que no había trabajado. En las dos facetas lo complació. Estudió un bachillerato en administración comercial con una beca que le otorgó el Banco, donde su papá era gerente.
Trabajó en el Banco, pero renunció para ingresar a las Siervas Misioneras de la Santísima Trinidad. Los supervisores le dijeron que era la primera empleaba que renunciaba para comenzar una vida religiosa, recordó. Le hicieron una despedida y con una maleta cargada de ilusiones emigró a los Estados Unidos. Así se convirtió en la religiosa Rosita María del Sagrado Corazón de Jesús.
La primera tarea fue visitar familias de hispanoparlantes que llegaban a los Estados Unidos, no sabían hablar inglés y estaban en la tarea de acoplarse a una nueva vida. Aunque ingresó a la misma congregación a la que pertenecía Sor Isolina, nunca coincidió con ella.
Al regreso a Puerto Rico la asignaron a dar clases en un colegio de Cabo Rojo, tarea que no era del todo de su agrado. No le gustaba ser maestra de escuela elemental. “Era muy difícil preparar los cursos sin conocimiento del plan de trabajo”, describió.
Intentó que la trasladaran a Ponce, lo que consiguió mucho tiempo después. Una religiosa se enfermó y la llamaron. “Cuando mi papá supo que me mandaron a esta misión de La Playa, dijo ‘nena dónde te has metido. Tú no sabes nada de lo que hay ahí”, recordó.
Los centros que conocemos ahora no existían. El servicio era dirigido a la salud en el llamado Dispensario San Antonio, el cual llevaba el nombre del padre de Sor Isolina. Médicos voluntarios acudían a La Playa a dar servicios, en especial a los hijos de los obreros de la llamada ‘Fundación’.
“Ese era el trabajo de nosotros, visitar la comunidad, recordarles sus citas, decirle que el pediatra venía”, narró. “Me gustaba relacionarme con la gente humilde, porque encuentras tanta riqueza en su forma de ser. Veía como algo tan grande el que pudiera ser parte del eslabón con esas familias”, dijo.
El establecerse en Ponce le permitió conocer mucha gente que vivía carente de servicios esenciales, como la salud. Una de las vivencias que la marcó fue un grupo de amas de casa que tomaba un curso de cocina, pero que por no saber escribir se sentaban atrás en el grupo. A algunas le enseñó a agarrar un lápiz para que pudiera escribir.
“Nos dimos cuenta que había un grupo que cogía la clase, pero se quedaba atrás. Hasta que le preguntamos y nos dijeron ‘es que no sabemos escribir’”, recordó la religiosa antes de identificar con el nombre muchas de las mujeres que se le acercaron deseosas de aprender a escribir por lo menos su nombre y dejar de estar marcando una X en los documentos.
Ante la situación, no pasó mucho tiempo en que Sor Isolina la nombró directora del Programa de Alfabetización, sin ninguna propuesta y sin equipo ni materiales. Cuando se necesitaba alguien en alguna tarea, Sor Isolina designaba una persona sin pensar en presupuesto. El nombramiento lo determinaba la necesidad del servicio y no la compensación.
Sister Rosita asegura sentirse realizada con su labor en La Playa de Ponce. “La gente me quiere mucho, y yo la quiero también”, expresó.
La religiosa está activa en labores administrativas, en especial por la pandemia de coronavirus que le restringe salir.
Su próximo proyecto es contribuir, recopilar e identificar los documentos de la labor de su hermana en la fe, Sor Isolina Ferré, una tarea que comenzó junto a conocedores en preservación histórica y bibliotecarios.
Sister Rosita cumplió 85 años el pasado 14 de abril. Tiene tres hermanas, dos de ellas viven en San Juan y una en Nueva York. También tiene seis sobrinos y una veintena de ahijados oriundos de la Playa, quienes en algún momento se le acercaron para que ella fuera su madrina.