Por Fonsi Pizarro Ramirez
Colaborador
El pasado 1ero de julio nos dejó el astro del baloncesto, Joe Hatton. Quiero expresarles lo que siento en este momento, porque nunca podré contar todas las experiencias que viví en el transcurso de mi vida junto a Joe, pues lo quise como el hermano que nunca tuve.
De niño, y luego de adolescente, mi familia me llevaba a ver los juegos de baloncesto de aquellos años, que era ver un espectáculo. Así fue como me hice fanático de Joe, al ver sus emocionantes jugadas hacia el canasto, pero nunca lo conocí para la época cuando jugó con los Leones de Ponce.
Lo conocí en 1976, año de su retirada de las canchas, a la edad de 27 años. En ese momento los Leones de Ponce se encontraban en una serie Semi-Final contra los Cardenales, encabezados por Alfred Busch Lee, quien jugaba su segundo año con los Cardenales de Río Piedras. La serie se encontraba una a cero a favor de Río Piedras. Ambos equipos se enfrentaron en el Coliseo Juan Pachín Vicéns lleno a capacidad para llevar un emocionante juego donde el equipo de Río Piedras estuvo casi todo el tiempo al frente en el marcador por un mínimo margen. Durante el partido hubo una jugada donde Joe chocó en el aire con Freddie Lugo y ambos cayeron frente a la mesa de transmisión donde narraba Ernesto Díaz González y en los comentarios se encontraba Totin Cestero.
Faltando menos de dos minutos de juego, Ponce perdía por 15 puntos, Joe recibió una falta personal que lo llevó a la línea del tiro libre, y siendo un excelente tirador en el tiro libre, falló los dos intentos. Río Piedras tenía la bola, pero hubo un corte de bola donde Joe recibió el balón, faltando menos de un minuto, hizo una impresionante penetración hacía el canasto anotando los dos puntos bajando el marcador. Río Piedras tiró al canasto, falló y el balón volvió a las manos de Joe para ser su última penetración y a su vez su último canasto con una aparatosa caída dentro del público bajando aún más el marcador. Yo recuerdo que su esposa, doña Ilea, estaba sentada en el palco embarazada con siete meses de Bobby Joe y con la caída de Joe hubo que sacarla de la cancha.
El juego finalizó con una victoria de los Cardenales de Río Piedras 88 a 76, poniéndose la serie dos juegos a cero. Así jugaba Joe, aunque su equipo estuviera perdiendo, siempre daba el 100%. En este juego anotó 12 puntos.
Pero nadie en Puerto Rico pensaba que esa noche, el 24 de agosto de 1976, fuese el último juego de Joe Hatton con los Leones de Ponce. Se llevó al hospital pues no sentía la pierna derecha y el Dr. Miguel Pérez Arzola le diagnosticó mala circulación. Al día siguiente Ponce jugaba en Río Piedras con la serie abajo dos a cero y Joe se presentó en ropa de civil. La reacción de Pachín Vicéns, que era el apoderado en ese momento fue preguntarle por su uniforme. La contestación de Joe fue “no lo traje”, no juego más, lo que fue una decisión difícil en medio de una serie Semi-Final, pero fue su decisión final. Los miles de fanáticos que estaban allí y que llegaban para verlo jugar, no lo podían creer, cuando don Manuel Rivera Morales hizo el anuncio oficial de la retirada de Joe. Esa noche su equipo volvía a perder ante el equipo de Río Piedras. Al día siguiente la noticia de que Joe Hatton se retiraba de las canchas corrió por todo el país; pero nadie lo podía creer, que aquel guerrero león ponceño abandonaba el baloncesto. La noticia estuvo en todos los diarios del país por días.
Ahí terminaron 11 años en la Liga de Baloncesto Superior y en la Selección Nacional. Con todas las lesiones recibidas durante su carrera, donde la más grande de ellas la sufrió en Quebradillas, en el año l973, cuando se rompió la rodilla derecha. La recuperación duró dos años y regresó para la temporada del año 1975 promediando 22 puntos por juego.
Cuando se acabó el baloncesto para Joe, comenzó una etapa diferente en su vida, donde comenzó a practicar el softball en el Club Deportivo de Ponce. Ganó muchos campeonatos con diferentes equipos, lo cual llevó al deportista Toño Feliciano a decirle que se había equivocado de deporte al jugar baloncesto. Joe nunca vivió del deporte y menos del baloncesto, pues siempre trabajó con diferentes compañías privadas.
Para la década de los 80 finales fue exaltado al Pabellón de la Fama del deporte en Puerto Rico.
Fue galardonado durante su vida con diferentes homenajes por su trayectoria deportiva. Uno de los más grandes homenajes fue para el año 1991 junto a otra gloria del deporte, Idel Vázquez. La residencia del Realtor Abraham García en la Urb. La Rambla quedó pequeña para la gente que se dio cita en tan memorable ocasión.
Al día siguiente, su padre Robert Hatton falleció después de haber disfrutado de las ejecutorias de su hijo Joe. Para Joe fue devastador, pues su padre siempre lo siguió durante su carrera. Al año siguiente 1992 su vida cambió cuando se le diagnosticó coágulos de sangre en sus venas.
Un día, recibí una llamada de Joe para pedirme que lo llevara al Hospital Pavía, pues iba a ser operado de su pierna derecha para eliminarle una obstrucción en una de sus venas. Durante el camino noté su gran preocupación, a pesar de su valentía.
Cuando lo dejé en el hospital sus palabras fueron, “gracias por traerme y dejarme aquí, si no te vuelvo a ver, gracias porque siempre fuiste fiel a mí”. La operación realizada por el Dr. Defendini fue una de las más largas de su vida, pues casi duró ocho horas, meses después tuvo que volver a ser operado en tres ocasiones, siendo la última el 1992. Además de esto tuvo que ser operado de apendicitis. Su valor fue tan grande que superó todas las operaciones.
Su vida cambió por completo y cada día que vivía, la paz seguía llegando a su gran corazón. Aquel fogoso jugador se convirtió en un noble ser humano de buen corazón, desarrollando amor por los demás, haciendo la caridad y un cariño especial por los perritos de la calle. Ese cariño lo tenía hacia sus perritas Magüi y Luna, que han perdido a su amo.
Joe nunca se alejó de nuestra casa, nunca se alejó de mi madre, doña Ada, que partió víctima del virus que nos arropa, que lo quiso como a un hijo.
Pasábamos todas las semanas horas en casa escuchando música y grabaciones de su artista favorito, Juan Gabriel, y de varios tenores, entre ellos Pavarotti, Plácido Domingo y Alfredo Sadel. También disfrutaba viendo las grabaciones de los juegos donde participaba su hijo Bobby Joe, y no importaba la condición de salud que se le presentara siempre me llamaba para que lo fuera a buscar, porque ya no podía guiar. Cuando mi madre faltó, fue la compañía mía, que ya no tendré.
En estos últimos años fui su chofer. Una de sus últimas salidas fue a Caguas, donde nos esperaban su concuñado, Luiso y sus amigos Cucho y Larry Seilhamer. Yo siempre diré y seguiré diciendo que su fama nunca acabará. Quedó demostrado cuando la persona que velaba en el estacionamiento del restaurante en Caguas dijo “mira allí está Joe Hatton, quiero tomarme una foto con el astro del baloncesto”.
Su fama era tan grande que en otro de nuestros paseos en la Hacienda Negrón en Ciales, los que se bañaban en el río, cuando lo reconocieron, salieron a tomarse fotos con él. Era un honor para ellos conocer al legendario Joe Hatton.
Podría seguir hablando de Joe por días, semanas y meses, pero nunca lo vi tan feliz como cuando se sentó una tarde frente al lago de Cidra en la preciosa casa de uno de los más grandes artistas de nuestro país “Felito Félix”, donde también se encontraba Cantalicio, amigo de infancia de Felito. Cuanto disfrutó Felito de las anécdotas de Joe. Esa fue una de las últimas salidas. El pasado 17 de mayo, día de su cumpleaños recibió su última serenata. Le tengo que dar gracias a Julito Ramos por estar conmigo en ese momento tan especial.
Este ilustre ponceño se ha unido a Millito Navarro, Waldemar Schmidt, Wichi Torres, Johnny Torruella, Reynaldo “Pochi” Oliver, Cheo Feliciano, Ruth Fernández, Pachin Vicens, Ismael Quintana y muchos grandes ponceños que estarán en la historia de Ponce, Puerto Rico y del mundo.
Gracias Joe por toda la ayuda que siempre diste, gracias por tus regalos, por visitarme, por el cariño que les diste a mis padres, por tu compañía y por su amistad de 44 años que terminó el pasado 1ero de julio. El paseo que te prometí en la guagua hacia Guajataca con tus amigos, ya no podrá ser, pero tú irás a la eternidad.
Ojalá en esta ciudad de Ponce pudiéramos tener una estatua con tu entrada hacia el canasto para que futuras generaciones sepan quién fuiste. Ponce ha perdido una leyenda pero siempre quedarán los recuerdos.