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Artesanías: Toque cultural con mucho sacrificio

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Por Sandra Caquías Cruz
redaccion@esnoticiapr.com

 

PONCE – El reloj marcaba las 7:00 de la noche y los artesanos, al margen de la Catedral La Guadalupe y el icónico Parque de Bombas de Ponce, comenzaban a recoger sus pertenencias tras 11 horas de labor.

El lugar se iba tornando más oscuro cuando cada artesano apagaba sus bombillas, la mayoría cargadas con luz solar. Mientras, los transeúntes seguían poco a poco su marcha. Algunos comían un helado de “los chinitos”, así le llaman a los que venden en la heladería King’s Cream, frente a la plaza pública ponceña.

En cajas plásticas de almacenaje, los artesanos iban colocando sus piezas cargadas de cultura. Trabajos realizados por manos boricuas. Bisutería, jabones y muñecas de trapo regresaban a las cajas de las artesanías.

Nahir Lagares era una de las artesanas que una a una recogía sus piezas. Hace pulseras y pantallas con finos hilos de metal, atractiva bisutería que los fines de semana intenta vender bajo una carpa blanca en la que se cobija. Allí despliega una mesa, un mantel y su trabajo con metal.

La administración municipal permite a los artesanos vender sus trabajos en la plaza pública entre viernes y domingo. Solo hay 16 espacios diarios. Los artesanos se organizan y coordinan el día en que tendrán su espacio para vender las piezas. “Como mínimo venimos una vez al mes”, indicó Nahir.

“Tenemos una agenda. Confirmamos los espacios a principios de mes; y semanalmente se reconfirman. Si no puede venir, se cede el espacio a otro artesano”, explicó la joven.
El requisito para tener un espacio es ser artesano certificado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) sin importar el pueblo de residencia. “Somos como 30 fijos, que venimos todos los meses”, señaló.

El municipio identifica el lugar y les permite ubicarse el día establecido. El equipo y materiales los lleva cada artesano. “El municipio solo nos provee el espacio”, dijo Nahir.
Llegada la noche, termina la faena. Los obreros de la cultura recogen sus pertenecias y dejan el lugar desolado.

Nahir colocó en cajas plásticas todas sus piezas y materiales, de manera muy organizada para que le fuera fácil de cargar. Las subió a un carrito de ruedas. Apagó la luz y dejó a oscuras el espacio. Organizó sillas y mesas sobre el carrito y emprendió la marcha con el sonar de las ruedas que marcaban su paso hasta el carro que tenía estacionó a un costado de la plaza pública.

Mientras empujaba su carrito, nos habló de ella y su trabajo. Tiene dos hijos que su esposo le cuida mientras ella vende sus artesanías. Era sábado. Había llegado a la plaza pública a eso de las 8:00 am. “El mercado tiene que estar listo a las 12:00 (del mediodía)”, dijo.

¿Se venden las piezas? “Sí algo”, respondió la joven quien hace 10 años es artesana.

¿Y cómo es esta faena? “Es bien difícil. Todos los días montas y desmontas; es cuesta arriba, pero es parte del trabajo”, indicó. Explicó que cuando tiene que salir del lugar a realizar alguna gestión, los compañeros artesanos le velan su espacio.

¿Te gusta? “Si”, respondió antes de ser interrumpida por un turista que en inglés le preguntó si al día siguiente habría artesanos en el lugar.

¿Quién te enseñó ese trabajo? “He aprendido autodidacta. Dañando muchas piezas, dañado herramienta”, describió.

¿Un artesano puede ganarse lo que se ganaría en otro empleo? “Depende cuánto trabaje. Hay trabajos que son bien costosos. Hay quienes dan talleres para sustentarse; y hay quienes tiene lugares donde lleva piezas y le hacen las ventas”, mencionó.

¿Se puede vivir de la artesanía? “Entiendo que sí”, dijo la dueña del Taller Lanah.