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Comunidades en la costa sur: a merced de otro huracán

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Por Sara R. Marrero Cabán

redaccion@esnoticiapr.com

 

SANTA ISABEL – Guillermo Torres González escuchaba el rugir del mar que salpicaba a menos de ocho pies del patio de su casa, en el barrio Playita Cortada, sector Islote, en este pueblo. 

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Con sus ojos fijos en el agua y sus dedos entrelazados en la verja de alambre eslabonado que rodea su residencia, rememoraba cómo -con el pasar de los años- la marea se ha apoderado de la tierra.

“Aquí había una casa y allá había como cinco a seis casas. El mar se comió como 60 pies en tierra”, recordó al mencionar que aún espera respuesta de parte del programa de Reparación, Reconstrucción o Reubicación (R3) del Departamento de Vivienda para poder mudarse.

Es esa cercanía al mar que le provoca temor de cara a la temporada de huracanes, que promete incluir entre 13 a 20 tormentas. 

Guillermo Torres González (Foto: Tony Zayas)

“Antes, nosotros teníamos orilla. Nosotros teníamos palmera. Nosotros podíamos estar ahí y el mar ha ido exigiendo su lugar. Lo que era la Playita Cortada ya no es Playita Cortada. Ahora es agua”, comparó la residente Blanca Maldonado, quien-junto a su esposo Carlos Rodríguez e hijo llevan una vida viviendo en el lugar. 

La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) pronosticó que la temporada de huracanes -del 1 de junio al 30 de noviembre- será más activa de lo normal. 

Entre las tormentas que se esperan que se desarrollen, unas seis a 10 podrían convertirse en huracanes con vientos de 74 millas por hora o más. Mientras, tres a cinco podrían alcanzar categorías 3, 4 o 5 con vientos de 111 mph. 

“Es hora de que las comunidades en las costas y del interior se preparen para los peligros que puede traer un huracán”, advirtió la secretaria de comercio de los Estados Unidos, Gina Raimondo. 

 

¿Preparados?

“Nadie está preparado para salir de su hogar, dejarlos de una manera y llegar y encontrar todo destrozado, además de no tener los servicios básicos-agua, luz, luchar por conseguir hielo para tener algo frío, los supermercados que no estaban preparados para eso, en fin, mentalmente, todavía cuando vemos en las noticias que viene un huracán o hay un fenómeno atmosférico que nos puede afectar, retornamos mentalmente a María. Eso es automático. Volvemos otra vez (al huracán) María”, aseguró Maldonado.

Los vientos e inundaciones productos del huracán María en 2017 destruyeron completamente ese sector. La mayoría de las casas perdieron sus techos de zinc y sus pertenencias quedaron a merced de las aguas salinas y las lluvias.

Blanca Maldonado (Foto: Tony Zayas)

 

Sin hogar desde 2017

Para el juanadino Fermín Colón García, no hubo manera de reparar su casa. El huracán destrozó la totalidad de su hogar localizado en la comunidad Pastillo. El huracán lo dejó en la calle, describió. 

Sin embargo, las ayudas de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) no dieron abasto. Colón García utilizó los fondos para alquiler  y, cuando invirtió la totalidad de este dinero, buscó refugio en Ponce con su hermana. 

“Después del huracán María me quedé sin casa, para los efectos, porque se llevó todo el techo de mi casa, me dañó todas las propiedades que tenía, entre ropa, enseres y tuve que irme a vivir a la casa de mi hermana, en Ponce, y todavía es la hora que estoy viviendo con ella, porque todavía no he podido arreglar la casa”, relató.

“Yo llené una solicitud del programa R3 y estoy en veremos a ver qué es lo que me van a decir, si es que me van a reubicar, porque me dijeron que la casa es pérdida total o me la van a reparar. No sé lo que vayan a hacer. Ellos quedaron en que, en caso de que tomen una decisión, se comunicarían conmigo, pero de eso ya va casi tres años que yo solicité esa ayuda y no sé en qué ha parado eso. Me quedé sin el dinero y sin la casa”, lamentó.

Aledaño a la casa de Lydia García Ramos en Playita Cortada, un terreno valdío y varios pedazos de cemento son las únicas muestras de que hubo una casa.

Sentada en la marquesina, García Ramos señalaba terrenos idénticos en la colindancia de la calle 8: vacíos y con pocos rasgos de que en el lugar hubo casas.

La destrucción por el huracán obligó a gran parte de los vecinos al éxodo permanente. Otros huyeron por la peligrosidad del mar a pesar de que sus casas están de pie.

“(La comunidad) ha cambiado muchísimo, porque ahora mismo en esa área casi no vive nadie. Si vamos a ver, son pocas las personas. Como era antes no vuelve a ser”, describió la santaisabelina. 

Lydia García Ramos (Foto: Tony Zayas)

Los vecinos que se quedaron recogieron los pedazos de zinc que encontraban en los predios de su hogar y -en un esfuerzo colaborativo- remendaron sus techos.

“Mi esposo y yo lo que hicimos para poder volver aquí fue recoger todas las planchas de zinc que estaban voladas por ahí. Las mejores las recogimos, techamos y tapamos los rotos”, explicó Maldonado. 

Otros recibieron ayudas de organizaciones magnánimas, como iglesias y entidades sin fines de lucro. 

No fue hasta la semana pasada que el octogenario Jaime Luis Rodríguez obtuvo un techo. “Yo perdí todo lo de adentro, los zinc se fueron todos. Ahora me arreglaron esto (el techo) en estos días”, comentó Rodríguez al mencionar que fue una iglesia de Guayanilla que ayudó en la instalación de las planchas de zinc y madera.  

Jaime Luis Rodríguez (Foto: Tony Zayas)

Los residentes que conversaron con Es Noticia aseguraron que recibieron fondos de FEMA, pero que las partidas no eran suficientes para subsanar los daños que ocasionó el huracán María.

“Ayuda de parte del gobierno -inicialmente- no hubo. Desde María para acá, aquí la comunidad se ayudó entre ellos”, acertó Maldonado.

 

Opiniones divididas 

Los escasos recursos y la falta de respuesta gubernamental han mantenido a la mayoría de los residentes del sector Islote.  “Si el gobierno me dice ‘Carlos, te tengo una casa en otro lado’, pues, me voy. Abandono y me voy”, afirmó.

“Nosotros seguimos aquí, porque no tenemos otra alternativa. No tenemos otro lugar. Sí han dicho muchas cosas de que van a construir viviendas, que nos van a hacer, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. No se ha materializado. Aquí, el 75% de los que están residiendo, yo puedo decir que están aquí porque no tienen otra alternativa. El 25% es por costumbre y porque aquí de papá a papá, o de mamá a mamá, generación a generación han estado aquí. A veces, echamos raíces y no queremos arrancarlas para poder echar raíces en otro lugar y eso es lo que a veces nos mantiene aquí”, concurrió Maldonado.

Foto: (Tony Zayas)

Entretanto, otros prefieren permanecer en la comunidad y enfrentar los fenómenos atmosféricos del futuro.

“Aquí nací, aquí me crie, aquí me casé, aquí tuve a mis hijos, aquí he estado toda mi vida y, lo siento en el alma, pero no será hasta el día que muera me van a sacar de aquí”, añadió García Ramos, quien por los pasadas dos décadas vende frituras desde su marquesina.

“Yo me quedo aquí. Si hay peligro me voy a la escuela, pero irme de aquí. Esta es mi propiedad”, subrayó Rodríguez.