GUÁNICA – Naihomi Vargas Martínez es un vivo ejemplo de resiliencia o tal vez es la adecuada descripción de una boricua fajona.
A sus 17 años, tras ser admitida en el Programa de Arquitectura de la Universidad Católica de Ponce, debía resolver cómo viajar todos los días desde Guánica hasta Ponce. El primer paso era sacar su licencia de conducir, pero necesitaba 80 dólares y su mamá no los tenía en ese momento. En lugar de Naihomi desanimarse preparó flanes, con la ayuda de su abuela, y los vendió. De esa primera venta consiguió el dinero para su licencia.
“Mi mamá me prestaba su carrito para ir a la universidad y yo vendía flanes, Avon, y L Ebel; había que buscar los chavos para el viaje y la gasolina todos los días”, indicó la guaniqueña.
Pero la joven enfrentó un escollo adicional. La beca no le cubría todos los gastos de su carrera y los materiales y el equipo que le requerían eran muy costosos para ella y su familia.
“Ahí mi mamá se sentó conmigo y me dijo que debía considerar otra carrera. Me pidió que tomara un año para trabajar y que pensara en otra profesión. Recuerdo que en ese momento me dio tristeza, pero estaba consciente de que en mi casa no contábamos con los recursos económicos”, relató la joven y añadió que si hacía una pausa y se iba a trabajar a tiempo completo, no iba a finalizar sus estudios.
“Tomé la decisión de cambiar de concentración y matricularme en una universidad en Yauco para disminuir los gastos de viaje. Al estar en una universidad más cerca de casa tendría más tiempo disponible para trabajar. Yo estudiaba, trabajaba en un supermercado y en una fábrica. Luego quedé embarazada y cuando mi bebé nació, a mis 19 años, tomé la decisión de mudarme de la casa de mi mamá. Quería que mi hijo tuviera un espacio cómodo donde crecer y desarrollarse y en casa de mi mamá el espacio era limitado”, contó la joven, quien vivía en casa de su mamá junto a sus 2 hermanas.
Ya con un bebé que atender, Naihomi se vio obligada a dejar el trabajo en el supermercado.
“Así es cómo nació esta empresa. Todos los días iba a mi trabajo en la fábrica con una lonchera llena de diferentes chocolates y los empecé a vender. Luego añadí una neverita con hielo y refrescos y los vendía entre mis compañeros. Gracias a Dios y al apoyo de los compañeros empecé a generar un ingreso adicional. Ahí vino mi segundo bebé y las ganancias de los dulces y refrescos se habían convertido en un ingreso necesario para la crianza de mis hijos”, expresó la joven madre.
La empresaria decidió ampliar sus puntos de venta y creó una página WEB para que las personas pudiesen ordenar sus dulces. “Si son de Guánica les hacemos entregas personales; si son de otros pueblos, se envían por correo”, explicó.
Dulcería Guaniqueña se especializa en vender diferentes clases de dulces y su mayor clientela se encuentra fuera de la Isla. Hoy día, a sus 23 años, Naihomi cuenta con una empresa sólida y expresó que cada mes se sorprende de los aumentos en clientes y ventas.
A pesar de los diferentes escollos, el pasado año la joven completó su grado de bachillerato en enfermería, pero interesa continuar desarrollando y ampliando su negocio de dulces.
“Nada ni nadie me va a desenfocar. Quiero seguir luchando por mi familia y por mis hijos. Quiero que ellos siempre se sientan orgullosos de mi y que aprendan el valor del trabajo”, indicó la propietaria de Dulcería Guaniqueña.
Naihomi aspira a tener una cadena de supermercados y expresó que, aunque ya su abuelita falleció, siempre estará agradecida por haberla motivado a vender aquellos primeros flanes. “Con esa venta de flanes no solo conseguí los 80 dólares que necesitaba; aprendí que cuando se trabaja con empeño y dedicación se puede lograr mucho. Solo me resta agradecer a Dios”, dijo la empresaria.