Por Nydia Bauzá
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PONCE – Como si tuviera un imán, tan pronto Mario Ruiz Colón se asoma al muelle para preparar el bote y salir a pescar, lo rodean escurridizas aves marinas.
El veterano pescador ha desarrollado una relación especial con los pájaros, pues además de echarles pedacitos de sardinas y carnadas que lleva para alta mar, les habla y hasta les pone nombre, como a Pipe, un avispado martinete, que no le pierde ni pie ni pisada. El pichón está vigilante de todos los pasos que da el pescador, lo sigue y le canta, mientras Ruiz Colón le silba y lo tongonea con palabras cariñosas.

“Pipe, Pipe, ven acá mi amor. Ese es el famoso Pipe, lo encontré un día que se estaba ahogando, le salvé la vida y ahora se pasa detrás de mí”, contó en tono jocoso el pescador mientras señalaba al martinete plantado en el tablado del muelle como si estuviera montando guardia frente del bote.
Era un miércoles a media mañana y en la Villa Pesquera, en la Playa de Ponce, había mucho movimiento. Unos pescadores llegaban con los productos del mar capturados durante la noche anterior y la madrugada y otros, se preparaban para salir en la tarde o la noche.
Cerca del mediodía abordamos el bote de Mario Ruiz Colón, uno de los avezados pescadores de la villa ponceña, rumbo a la Isla Cardona. El día estaba soleado, el cielo azul brillaba y aunque había pequeñas olas, el mar estaba bastante tranquilo. Mientras abordamos la pequeña embarcación en el muelle, Pipe paradito frente al bote vigila nuestros pasos”.
El pescador contó que se ha encariñado con el martinete desde hace unos años porque el pájaro se quedó pillado en unas sogas chapoteando en el muelle y él lo rescató. Incluso, dijo que el martinete se juntó con una hembra que sacó pichoncitos. “Son una familia. Los animales se me acercan a mí, yo los llamo y vienen a mi lado. La gente dice que tengo un don para los animales”, expresó.
Ruiz Colón es natural de Jayuya y se crió en el campo, pero desde niño, sin permiso de sus padres, se iba a pescar al lago Caonillas, en Utuado. “Cuando venía con la sarta de pescados me daban una pela”, narró entre risas Mario, quien en su piel curtida por el sol lleva las cicatrices de sus largas horas en el mar.
Relató que desde jovencito comenzó a desarrollar el arte de la pesca y se mudó a pueblos de la costa para estar más cerca del mar. “Cuando vine para acá para la costa me dediqué a la pesca comercial que es lo que he hecho casi toda mi vida”, expresó el pescador de 70 años de edad a Es Noticia, mientras timoneaba el bote.
“Al séptimo piso ya llegué pescando y haciendo artesanías”, sostuvo el jayuyano, conocido entre los pescadores como “El artesano”. Con las escamas de los peces hace pantallas que pone a la venta en festivales y en otros mercados artesanales. Su esposa Gladys Irizarry Andújar también es pescadora, al igual que el padre de ella, Claudio Irizarry Maldonado (don Meme), quien a sus 92 años sigue pescando. La esposa y el suegro de Mario llegaron con él a la pescadería, pero no se pudieron montar en la yola porque no había suficientes salvavidas.
“A esta Villa Pesquera vino don Francisco (el personaje de la televisión) a grabar nuestro trabajo y vinieron de otros programas de televisión”, apuntó Ruiz Colón.
Cuando llegamos a la villa pesquera llevaba varias semanas sin poder salir a pescar porque la nave estaba en reparación.
Contó que en alta mar se ha visto “a gatas”, en situaciones inesperadas, la mayoría de las veces estando solo. En una ocasión, dijo que sus hijas Luz Marian y Ana Marta Ruiz Torres, ahora adultas, necesitaban un dinero y en la noche sin pensarlo dos veces se fue al mar.
“Me fui para Caja de Muertos con esa luna que parecía un queso y cogí como 70 libras (de pescado). No había mal tiempo y de pronto, siento un ruido, la lancha se levanta y me tiré al agua porque se quedó en el aire. Cada vez que cogía una ola, era feo, feo. Ese día fue el más malo, no se me olvida. Eran como las 3:00 de la mañana”, relató el pescador.
Dijo que se encomendó a Dios y que trataba de llegar al islote, pero las olas eran tan altas que le viraban la embarcación. “El mar estaba tranquilo y de pronto, veo, esa pared que viene. A la verdad que fue difícil batallar con ese oleaje. Cuando llegué a Caja de Muertos me hinqué de rodillas y digo: Gracias Señor”, rememoró. Añadió que tuvo que esperar el amanecer en el islote.
Ruiz Colón advirtió que cuando un pescador decide pescar en los predios de Caja de Muertos debe “pedir la bendición porque ahí el mar es muy bravo y es muy arriesgado”. Sostuvo que “cuando el tiempo está malo, con olas de 6 y 7 pies, nadie va por ahí”.
En esta Cuaresma dijo que “hasta el momento” las condiciones del tiempo se han presentado favorables para la pesca. “Las olas están de cuatro a cinco pies, que se pueden manejar, pero después de la 1:00 de la tarde la marea sube y las olas te pasan por encima mojan el bote. Ahora (en la pescadería) se están yendo muchos de los muchachos a pescar al oscurecer y llegan a la 6:00 y 7:00 de la mañana”, describió.
Recordó que esta es una de las mejores épocas para la pesca y de mayor demanda de los productos del mar. “Es el tiempo de la colirubia, la sierra y el arrallao, es el tiempo de hacer la buena pesquita. Es el tiempo en que los pescadores hacen su agosto”, aseguró el experimentado pescador. Subrayó que en temporada de huracanes es el peor momento para salir al mar. “Cuando uno sale el mar está salvaje, se quiere comer a uno y uno viene por ahí escupiendo agua salá’”, dijo.
Ruiz Colón sostuvo que aunque han enfrentado situaciones difíciles, “gracias a Dios” no ha perdido compañeros pescadores en el mar. “Yo siempre llevo mis salvavidas, el pito y el flash light con el que uno apunta a cualquier nave y lo va a ver”, dijo el pescador para quien un día en el mar comienza a las 4:30 de la madrugada.
“En las noches pesco aquí a 18 pies y a veces, a las 12:00 de la noche, cogemos 25 a 30 libras de pescado. Si uno se va para afuera, el mar está bravo y aquí nos defendemos”, sostuvo Ruiz Colón, quien también ha pescado en Mayagüez, Aguadilla y en San Juan.
“Para el área norte es más difícil la pesca porque el mar es más bravo, aquí por lo menos estamos más resguardados y el oleaje es más tranquilo, aunque para allá fuera (señalando mar adentro) está más difícil”, afirmó.
De su anecdotario también compartió que en una ocasión los pescadores de la villa se preparaban para salir en procesión a conmemorar a su patrona, la Vírgen del Carmen. “En el muelle a uno de los pescadores se le cayó el reloj al agua y hasta lloró porque (la prenda) valía más de $3 mil pesos. Trató y no lo pudo sacar. Me dice no te preocupes, la Virgencita me va a dar otro y yo le dije: hay que tener fe. Metí el cedazo de pescar y cuando lo levanté ahí estaba el reloj”, relató Mario.
En otra ocasión dijo que encontró un maletín que se le había extraviado a un pescador con $12 mil en efectivo. “Ese maletín lo encontré yo y lo tengo hace una semana, cuenta el dinero a ver si te falta algo”, sostuvo que fueron sus palabras al pescador.
Contó también que una clienta fue de San Juan a la pescadería le compró $300.00 en pescado y dejó olvidado en el mostrador un billete de $50.00. Al cabo de un año la clienta regresó y él le entregó el billete que mantenía guardado y antes de marcharse la mujer le devolvió como un regalo el billete de $50.00. “De eso hace ocho años y todavía no lo he cambiado, ahí lo tengo para un momento de necesidad”, dijo el humilde pescador.
En nuestro trayecto en el mar nos encontramos con un pescador que en su jornada había atrapado un enorme pez sierra. Mario, ajustó el manubrio del bote para bajar la velocidad, y con la embarcación corriendo tiró la caña de pescar, también en busca de un buen ejemplar, pero en ese momento ningún pez picó el anzuelo y a esa hora, rallando la 1:00 de la tarde, ya nosotros debíamos regresar al muelle.
Cuando regresamos al muelle y amarraba el bote en el espacio que tiene alquilado en el atracadero de la pescadería, Pipe lo aguardaba, posado en el techo de una lancha contigua y emitía sonidos para llamar la atención del pescador.
“¡Ese es Pipe!”, exclamó el pescador. “Pipe, ven acá, papi, bebé”, le replicó Mario, tirándole besos y haciéndole muecas al simpático pichón. Una preciosa garza blanca con sus alargadas patas paseaba por el muelle también buscando atención, pero las caricias de Mario eran para su querendón Pipe, quien voló y se detuvo frente al bote esperando su sardina.