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Comunidad china en Puerto Rico enfrenta la pandemia y la xenofobia

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Por Luis Joel Méndez González

Centro de Periodismo Investigativo

 

En su teléfono tiene abierto WeChat, una aplicación móvil china similar a Facebook con la que puede textear y llamar.

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Meili Deng, quien emigró en 2010 para trabajar como profesora visitante de mandarín en la Universidad del Sagrado Corazón, se conecta con WeChat con 1,500 chinos que residen en Puerto Rico.

En China, la aplicación incluso se usa para pagar en línea. En Puerto Rico, la utilizan para comunicarse entre sí y con familiares que permanecen en China. WeChat permite hasta 500 miembros por grupo, y en la Isla hay tres grupos de 500 llenos a máxima capacidad. Los miembros, por lo general, añaden a los chinos recién llegados. Los de mayor edad utilizan los grupos para vender frutas, publicar ofertas de empleo o enviar noticias sobre Puerto Rico y Estados Unidos que traducen del español o el inglés al mandarín. Por ahí también coordinan la celebración del Año Nuevo Chino que se lleva a cabo en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, y comparten las cifras más recientes del COVID-19.

Existen otros dos grupos de WeChat, que se crearon hace 10 años, a los que pertenecen los que viven en Puerto Rico y son oriundos de Cantón, una provincia china con sobre 113 millones de habitantes.

En el estimado de 2019 de la Encuesta de la Comunidad de Puerto Rico hecha por el Censo de Estados Unidos, 1,843 residentes de la Isla se identificaron como chinos.

Desde el Instituto de Mandarín El Futuro -el cual inauguró el año pasado-, Deng relata que durante el primer semestre de 2020 ofreció cursos presenciales, pero la pandemia la obligó a darlos en línea durante el segundo semestre.

El instituto está en su casa, pintada de blanco y gris en la avenida José de Diego en San Juan. En el interior hay decenas de cajas de mascarillas N-95 que Deng compró al principio de la pandemia para regalar a personas mayores de 65 años. El blanco del salón contrasta con el rojo de las tradicionales lámparas chinas en la pared. En el cuarto hay libros con portadas de colores brillantes y con textos en chino.

Pese a que Deng mantuvo su instituto a flote durante la pandemia, la experiencia de otros empresarios chinos en Puerto Rico fue distinta.

 

Cuantiosas pérdidas estimadas en los restaurantes chinos

Las pérdidas económicas del restaurante Kung Fu China en la avenida Roberto H. Todd en Santurce se intensificaron cuando el negocio cerró por el despunte de casos de COVID-19 en marzo del año pasado.

La gerente del restaurante, Angela Feng, destacó que al impacto económico que sufrió el establecimiento tras el huracán María se le sumó el de la pandemia.

De ordinario, el comedor se llenaba de clientes al mediodía que compraban principalmente sushi, explicó. Pese a que implementaron ofertas especiales, servicarro y medidas de seguridad e higiene, continuaron con una pérdida del 70 por ciento de sus ingresos. La gerente sentía esperanza de que mejoraran sus finanzas, pues el restaurante había sido su sustento y el de sus empleados. Pero esto no ocurrió.

Por su parte, Estrella Wu, exvicepresidenta de la Cámara de Comercio: Unidos entre China y Latinoamérica – una entidad que fue disuelta en 2016 – mencionó que su restaurante TaoPR es la única fuente de ingresos para ella y su familia. Por lo tanto, no descartó la posibilidad de mudarse de la Isla en caso de que se recrudezca la crisis económica y laboral en Puerto Rico tras la pandemia.

Estimó que su negocio perdió el 20 por ciento de sus ganancias por los costos en materiales de protección. A esto se sumó lo que gastó en plataformas como UberEats y FoodNet para tratar de compensar la pérdida de un 90 por ciento  de los clientes que acudían al restaurante.

La gerente de Gourmet China en Canóvanas, Rosa Nazario Sepulveda, mencionó que su restaurante sufrió pérdidas económicas tras cerrar por la pandemia de marzo a abril del 2020. La decisión causó que se dañaran alimentos y que tuviesen que continuar pagando el agua, la electricidad y la renta a pesar de no utilizar las facilidades.

“Como fue de la noche a la mañana, no como para los huracanes, que tú te preparas, se perdió el plátano y la carne”, recordó.

Debido al cierre temporero, los empleados solicitaron tanto la Asistencia de Desempleo Pandémico (PUA, en inglés) así como el Seguro por Desempleo a través del Departamento del Trabajo y de Recursos Humanos, indicó quien ha trabajado durante 10 años junto a la dueña del restaurante, Yan Juan Chen.

El poco flujo de clientes y la baja capacidad de uso de sus comedores, que ha fluctuado entre 25 por ciento y 55 por ciento debido a las órdenes ejecutivas, impactó a todos los restaurantes de comida china, mencionó el presidente de la Cámara de Comercio de China en Puerto Rico, Yuan Bin Cen.

Lo que ayudó a los comerciantes y a los empresarios chinos a mantenerse, a pesar de las pérdidas durante la pandemia, fue llevar “un estilo de vida conservador tanto en su diario vivir como en sus gastos personales y de negocios”, opinó. La cultura china, en general, promueve pensar en el futuro, por lo que es tradición ahorrar y apoyarse mutuamente.

El director ejecutivo de la Asociación de Comunidades y Jóvenes Asiáticos (ACYA,   en inglés) en Puerto Rico, Stephen Leung Mok, también mencionó que hubo restaurantes de comida china que fueron cerrados y vendidos. En parte, porque sus dueños emigraron debido a los múltiples retos económicos que se agudizaron con la pandemia.

Los restaurantes de comida china cerraron entre seis y ocho semanas tras la llegada del COVID-19 y experimentaron una caída de sus ventas entre mayo y junio del año pasado, según Lueng Monk. En ciertos restaurantes, el cierre fue tan prolongado que solicitaron el préstamo del Programa de Protección de Pago (PPP, en inglés) aun cuando no es usual que los comerciantes chinos soliciten ayudas gubernamentales.

El dinero lo utilizaron principalmente para pagar la renta de sus establecimientos, aseguró.

Debido a la ausencia de estadísticas específicas sobre comerciantes chinos que solicitaron incentivos y préstamos al Departamento de Desarrollo Económico y Comercio (DDEC) o a la Administración Federal de Pequeñas Empresas (SBA, en inglés), el CPI entrevistó a cinco contables que dan servicios a esta comunidad para conocer la situación.

El contable Raul López Bayron expresó que lo más que han solicitado los comerciantes chinos en la Isla a los que ha atendido durante la pandemia fueron los incentivos de 5,000 dólares a 10,000 dólares para pequeñas y medianas empresas del DDEC para gastos no presupuestados. En segundo lugar, han solicitado los préstamos PPP.

López Bayron supo de dos restaurantes chinos que cerraron en ese periodo por el cúmulo de retos económicos arrastrados durante varios años.

El especialista en planillas y en reclamaciones de reintegros, Francisco Vázquez Pantojas, también mencionó que los comerciantes chinos a los que atendió durante la pandemia solicitaron los préstamos PPP. Mencionó que al solicitar los préstamos los comerciantes chinos se encontraban “bastante apretados” económicamente por la pandemia.

Los contables Ana Valentín Torres, así como Edwin Ortiz, quienes también suelen dar servicios a restaurantes chinos hace varios años, explicaron que estos negocios  solicitaron el PPP para sufragar el salario de sus empleados y empleadas durante la emergencia.

Si bien es cierto que Ortiz entiende que los préstamos federales ayudaron a estos establecimientos a mantenerse en pie, le preocupa lo que sucederá cuando acaben las ayudas.

El contable Amador Cruz Reyes también mencionó que los comerciantes chinos a los que atendió durante la pandemia solicitaron el PPP y que, cuando cerraron sus restaurantes tras la orden ejecutiva gubernamental de cierre total, los empleados de varios establecimientos solicitaron el PUA mientras reabrían.

“Las cosas no son como eran antes de la pandemia”, respondió cuando se le preguntó acerca de las ventas de los restaurantes chinos.

Y es que la reducción de horarios y el prejuicio de los clientes redundaron en una merma en ventas, explicó el contable.

El Center for Neighborhood Knowledge y el Asian American Studies Center de la Universidad de California publicaron un informe conjunto titulado COVID-19´s Employment Disruptions to Asian Americans en el que se estimó que 233,000 pequeñas empresas a cargo de asiáticos en Estados Unidos cerraron de febrero a abril del año pasado. Entre otras razones, adjudicó esta caída de un 28 por ciento a la xenofobia.

Mientras, Valentín recordó cómo algunos de los chinos a los que atendió lucían tristes y avergonzados al sentirse culpables por la pandemia que se originó en Wuhan, en la provincia de Hubei en China.

Surge el temor y el prejuicio durante la pandemia

Eddie Ng, empleado y heredero del restaurante La Pagoda China en Lares contó al CPI que allí las ventas se redujeron entre un 10 y un 20 por ciento, específicamente de febrero a marzo del año pasado. La estrechez económica redundó en una reducción en la nómina de sus empleados, ofreciéndoles menos días de trabajo. La caída en ventas, según lo percibe el empresario, se debió al prejuicio de los clientes al no tener información correcta sobre el virus y temer que por ser chinos podrían esparcirlo.

Mientras se encontraba en el aeropuerto John F. Kennedy en Nueva York, tras un vuelo desde Puerto Rico, oficiales de la Administración de Transportación y Seguridad (TSA, en inglés) le tomaron la temperatura a pesar de haberles dicho que no había ido ni a Asia ni a Europa. Luego, le formularon unas preguntas sencillas, por lo que se sintió raro, especialmente, por la manera en la que lo miraron el resto de los pasajeros. De regreso en Puerto Rico, Eddie Ng entró a una farmacia, y una clienta le solicitó a una de las empleadas que no le permitiera entrar porque temía que el joven la contagiara con el virus.

A su papá le preguntaron si estaba contagiado con el virus y notó, durante semanas, cómo clientes se iban inmediatamente después de entrar al restaurante y no identificar a alguien conocido.

Luego de ambas experiencias sintió temor. Fueron muchos los momentos en los que se preguntó si lo atacarían como a sus paisanos en Estados Unidos, simplemente por su ascendencia. Eddie Ng contó cuánto le indignó este rechazo, porque nació y creció en Puerto Rico. En sus 31 años de vida ha surcado entre la cultura china y la puertorriqueña celebrando el Nuevo Año Chino junto a su madre en Nueva York, estudiando en un colegio bilingüe, como muchos chinos jóvenes, y trabajando 12 horas diarias en el restaurante de su papá. Es fácil detectar su puertorriqueñidad en su acento.

“Cuando el virus llegó acá, a mí papá no le afectó tanto [emocionalmente], aunque a mí sí”, expresó.

“Yo me sentí un poco juzgado por la ignorancia de la gente, aunque también entiendo, porque es la seguridad de la otra persona. Fueron meses un poquito fuertes”, dijo.

Para Stephanie Leung, hija de los dueños del restaurante Shi Wei Tian en Manatí, el prejuicio contra los chinos en la Isla antecede a la pandemia.

No es raro que cuando va a alguna tienda los empleados le hablen en inglés porque asumen que no domina el español, relató. Cuando les responde en español, se sorprenden. En ocasiones, incluso, las personas han  expresado comentarios irrespetuosos sobre ella al creer que no los entiende.

En una ocasión, mientras se encontraba en el supermercado, la persona que le seguía en la fila exclamó: “¡Esta china!”. En ese momento, Leung recuerda que se volteó y la miró a los ojos fijamente para comunicarle que entendió lo que dijo.

Y es que llamarla por su etnicidad, en lugar de su nombre, es discriminatorio, recalcó.

Leung contó que, según su experiencia, sus compatriotas son mirados de manera extraña, no son atendidos adecuadamente o simplemente no los atienden.

“Cuando no había llegado el COVID-19 a Puerto Rico (…) se afectaron las ventas del negocio porque pensaban que era culpa de los chinos y siempre había comentarios fuera de lugar”, acotó en referencia al restaurante de sus padres que estiman que tuvo pérdidas de un 70 por ciento y se mantuvo cerrado de marzo a junio del año pasado.

El prejuicio hacia las personas chinas en medio de la pandemia surgió debido a que cuando se descubrió el virus en China, algunos medios de comunicación llamaron a la nueva cepa el “virus de Wuhan” o el “virus chino”. Pese a que después la Organización Mundial de la Salud nombró al virus como COVID-19, el uso del antiguo nombre continuó, destacándose el caso del ex presidente estadounidense Donald Trump, quien lo incorporó en su discursos públicos diarios. El centro de apoyo Stop Asian American and Pacific Islander Hate – una coalición de tres entidades académicas y sin fines de lucro en Estados Unidos establecida a raíz de  la pandemia – informó que de marzo a diciembre del año pasado, 2,808 personas reportaron un ataque racista, y el 40.7 por ciento eran contra chinos.

Para José Lee Borges, autor de Los Chinos en Puerto Rico y catedrático auxiliar del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, los relatos de los propietarios de los restaurantes de comida china durante la pandemia no le sorprenden.

Contó que los chinos trabajan en sus restaurantes hasta turnos de 12 a 14 horas, como gerentes, empleados o propietarios.

“Un chino en un restaurante posiblemente trabaja de lunes a sábado de 10 de la mañana a 10 de la noche. ¿Qué tiempo tienen para salir? No tienen”, dijo el catedrático auxiliar.

“La gente se pregunta dónde están que no se ven”, mencionó. “Pues no se ven porque trabajan mucho”.

En su libro Los Chinos en Puerto Rico Lee Borges relata que los primeros que entraron a la Isla atravesaron experiencias dolorosas trabajando en la construcción de la carretera central, el Faro de Culebrita y el Tendal de Ladrillos en Ponce. Sufrieron mutilaciones por las explosiones de dinamita y accidentes al remover grandes rocas. Los que luego obtuvieron su libertad, establecieron durante el siglo XIX las primeras fondas de comida china en Puerto Rico.

Según se ha documentado, los primeros chinos que ingresaron a la Isla fueron sobre 350 confinados enviados desde Cuba entre 1865 a 1880. Eran parte de unos 500,000 chinos que llegaron a América entre 1847 y 1873 como trabajadores contractuales. Estos trabajadores eran transportados bajo la firma de un contrato voluntario al Nuevo Mundo. La garantía era que trabajaran de manera temporal a cambio de ciertos pagos y beneficios, que, en muchos casos, no cumplieron.

En la Isla, son poco comprendidos, señaló Lee Borges. “En Puerto Rico hay mucha desinformación por parte del Gobierno (…) en especial sobre los chinos”, acotó.

 

Invisibilizados por la falta de estadísticas

El Departamento de Hacienda y el DDEC no saben cuántos chinos recibieron incentivos gubernamentales durante la pandemia, dijeron ambas agencias al CPI.

El DDEC no cuenta con datos sobre el impacto económico del COVID-19 en los empresarios chinos porque la agencia no recoge la nacionalidad de los empresarios y de los industriales a los que atiende. Hacienda, por su parte, no recopila información sobre la nacionalidad o etnicidad del contribuyente en las planillas ni en el formulario de impacto económico del Sistema Unificado de Rentas Internas.

Por otro lado, la SBA respondió que no podría enviar los datos porque es un campo de información que se completa de manera opcional y manualmente en las solicitudes de préstamo a esa agencia, y que durante la pandemia, no cuentan con el personal necesario para revisar los formularios uno a uno.

El pasado septiembre, el Registro Electrónico de Corporaciones y Entidades del Departamento de Estado (DE) daba cuenta de unos 131 restaurantes de comida china y establecimientos de sushi activos en Puerto Rico. Las cifras del DE contrastan con una búsqueda en Google, que arrojó que en la Isla había al menos 259 restaurantes chinos. Por ejemplo, en Moca hay dos, aunque el DE no identifica ninguno.

La discrepancia puede deberse a que no todo empresario tiene que registrar su negocio en el Registro de Corporaciones, explicó la agencia. Solo los que deseen incorporarse, si cumplen con todos los requisitos, estarían en la lista del DE.

“En el caso de los restaurantes chinos (…) puede ser que algunos de estos hayan sido establecidos como negocios personales, lo cual es igualmente válido”, dijo el oficial de prensa del DE, Juan Carlos Hernández.

 

Desconocimiento en los gremios profesionales

El director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Puerto Rico (CCPR), Miguel L. Vargas Jiménez, reconoció que el prejuicio ha sido un escollo que los empresarios chinos enfrentaron cuando comenzó la pandemia.

Vargas Jiménez mencionó que en la Cámara de Comercio no tienen los datos de los socios por nacionalidad, y sólo recordó haber tenido a un integrante chino.

El director ejecutivo de la Asociación de Restaurantes de Puerto Rico (ASORE), Gadiel Lebrón Sagardía, expresó que el grupo tiene apenas un restaurante chino en su matrícula.

Mencionó que parte de los restaurantes en la asociación han perdido el 50 por ciento de sus ingresos a raíz de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, no conoce cuál ha sido el impacto económico en los restaurantes de comida china en particular, pues tanto para la entidad como para el Gobierno, todos son iguales: de comida preparada.

El expresidente del Comité de Asuntos Asiáticos de la Cámara de Comercio de Puerto Rico – que organizó misiones comerciales entre la Isla y Asia en el pasado –, José E. Ledesma Fuentes, concurrió con Lebrón Sagardía en que los retos que han enfrentado los restaurantes chinos son similares a los del resto de los restaurantes.

Precisó que la mayoría de los empresarios chinos tienden a operar y a establecer sus restaurantes en familia porque la confianza para ellos es importante.

 

Algunos negocios lograron adaptarse a la pandemia

En la avenida Fernández Juncos, en Santurce, se encuentra ubicado el supermercado Asia Market.

Lisa Lee lo abrió en 2002, tras ser dueña de tres restaurantes de comida china en San Lorenzo, Caguas y Hato Rey. Cuando recién se mudó a la Isla, muchos dueños de restaurantes de comida china importaban sus productos desde Nueva York a través de familiares. Eso la motivó a abrir el supermercado.

Lisa es una mujer fuerte, canosa, chistosa y alegre. Habla español, inglés, cantonés y mandarín. Llevaba puesta una mascarilla rosa y una blusa amarilla con flores. Se mudó a Puerto Rico desde San Francisco en 1984 tras casarse con un chino que vivía acá.

En el colmado, frente a la caja registradora y la tetera, olía a fideos secos y a soya, como si recién hubiesen abierto un empaque de sopa china.

Sus paisanos se reunían en las tardes para tomar el té junto a ella, contó. Conversaban en sus dialectos natales y veían noticias sobre su país gracias a una caja convertidora conectada a dos televisores análogos y a dos digitales.

Sin embargo, desde que comenzó la pandemia, no regresaron más. Eran de edad avanzada, por lo que se encontraban entre los más vulnerables.

En el Asia Market resaltaban productos rojos, verdes, amarillos, marrones, anaranjados, violetas y azules. Estaban hechos en China, Vietnam, Filipinas, Tailandia y Corea. Las paredes eran blancas, sonaba la consola del aire acondicionado. Las estanterías tenían espacios vacíos. La nevera al fondo del local contenía refrigerios desconocidos.

Luego del primer gran cierre decretado por el Gobierno en marzo del 2020, Lisa mantuvo su supermercado abierto con las debidas precauciones. Solo permitía entrar a cuatro clientes a la vez. A pesar de las limitaciones, el flujo de clientes incrementó en lugar de reducirse, al ser uno de los pocos establecimientos abiertos en el área. No es raro que trabaje más desde que comenzó la pandemia, pues se añade a la jornada el desinfectar el supermercado luego de cerrarlo a las 6:30 p.m.

“He rebajado diez libras”, bromeó.

En la pared tiene una figura de un hombre con rostro rojo, barba azabache y armadura dorada. Es el dios guerrero Kuang Kung, un sabio que ganó muchas batallas, y que los chinos colocan en sus comercios o en sus hogares para obtener éxito, prosperidad y riquezas, según el libro Cuchirrican, de la inmigrante cubana de ascendencia china radicada en Puerto Rico, Violeta Chang.

El libro también cuenta cómo, luego de vivir en Miami tras el triunfo de la revolución cubana, la autora se estableció en Puerto Rico junto a su esposo, Alfredo Louk.

El 30 de octubre de 1964 su esposo abrió la heladería Rex Cream, en Guayama. Escogió el municipio del sureste por sus 45,000 habitantes, un criterio importante para que prosperara un negocio de antojitos en aquel entonces. La marca se popularizó luego de que más emigrantes chinos establecieran sus propias heladerías Rex Cream en distintos municipios.

La clave para establecer la heladería cuando apenas habían emigrado fue la enseñanza de sus padres chinos: “el ahorro es la base del capital”.

“Mi mamá me decía: si a ti te entra un peso, tú puedes gastar 75 centavos, pero tienes que guardar 25”, agregó.

A la empresaria y autora de piel bronceada, ojos rasgados, cabello castaño rojizo a veces le preguntan si es filipina. Su primer idioma es el español, pero también habla cantonés. En su cuello lleva la medalla de una virgen.

Mientras conversábamos la heladería todavía lucía intacta a pesar de haber cerrado dos meses antes de la entrevista. Un olor a parcha inundaba el local cuyas rejas miraban a la calle Derkes, en Guayama. La dueña veía a los transeúntes a través de las rejas.

La heladería había resistido 115 asaltos, una recesión económica a principios del 80 y la muerte de los centros urbanos. Sin embargo, cesó funciones durante la pandemia.

“El negocio venía de un arrastre desde María y desde hace muchos años”, explicó Aileen Louk, hija de Violeta.

La puertorriqueña de primera generación es la actual administradora de las dos heladerías que le restan a la familia, ubicadas en Guayama y en Cayey.

La heladería que más produjo ingresos fue una segunda, de menor tamaño, que habían abierto en la plaza pública de Guayama. Por ser un local más pequeño, requirió menos materiales de protección y de desinfección para mantenerla limpia y con el debido distanciamiento social durante la pandemia.

Esta historia fue resultado de una beca del Instituto de Formación Periodística del CPI, con el apoyo de la Fundación Ángel Ramos.