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La incansable lucha por salvar vidas

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Por Miguel Díaz Román

redaccion@esnoticiapr.com

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Para ella los casos que atiende no son una cifra más. Existe la urgencia de calmar el dolor, de entablar un vínculo inalámbrico con el alma que sufre, de mostrar compasión aún cuando el instante reclame detener la hemorragia, reanimar los latidos o abrirle paso al oxígeno en medio del llanto y la desesperación.

Allí donde el caos de la emergencia convierte cada segundo en el último segundo, ella tiene por costumbre humanizar la tarea casi mecánica de salvar una vida.

“Sea familia o no sea familia, cada caso te toca y te puedes caer, pero se espera mucho más de tí y se aprende mucho con cada caso” , dijo Zuleima García, la paramédico que denunció a  través de los medios de comunicación, en una mañana fría  y densa de incertidumbre por el inicio de la emergencia causada por el coronavirus, que dos hospitales de Bayamón se habían negado a recibir  a dos varones adultos y con dificultad respiratoria.

“Llevo dos horas con un paciente con dificultad respiratoria en la ambulancia y dos hospitales se han negado a recibirlo. Ayer me pasó lo mismo”, dijo la mujer en un tono severo, convincente y cargado de encono a través de la ondas radiales, en lo que fue casi la inauguración mediática de la pandemia de coronavirus en Puerto Rico.

La insólita denuncia, quizás escuchada por la gran mayoría de la sociedad puertorriqueña, trajo al tope de la mesa y sin que Zuleima lo pretendiera, el gran conflicto filosófico que resulta practicar la medicina en una sociedad de consumo, en la que aún reverberan ondas del capitalismo más primitivo e inescrupuloso.

Zuleima sin quererlo también desgarró las cortinas que impedían ver a simple vista la desaparición del Estado como ente garante de los derechos y de las leyes. La cruda realidad del Estado inexistente, donde la leyes se violan impunemente por la indolencia de las autoridades, y de la medicina con fines de lucro, aún cuando cueste la vida de los pacientes, no habría salido aflote sin la denuncia milagrosa de Zuleima.

Esta mujer valiente y comprometida se atrevió a decir la verdad y al Estado inexistente no le quedó más remedio que reaparecer en escena para imponer multas y encaminar investigaciones. “Me llamaron de Salud para que presentara una querella. También presentaron querellas los familiares de los pacientes. Uno de ellos era positivo a coronavirus y murió varios días después, según me dijo la familia”, indicó la paramédico.

Zuleima ha visto el fruto de su gestión porque al menos los directivos de los hospitales ya no presentan objeciones a los pacientes atribulados que transporta en su ambulancia gritona, aquella que irrumpe en las carreteras haciendo ulular la sirena como si fuera el eco del dolor que padecen los enfermos que lleva en su interior.

Sus compañeros de trabajo también han experimentado el alivio que surge cuando los pacientes son recibidos con el esmero que exige una emergencia. Al menos hasta los pasados días, padecer de coronavirus ya no es motivo de discrimen gracias a la denuncia de Zuleima.

Por suerte, la paramédico no ha perdido la costumbre de buscar la empatía con el que yace herido o atacado por la virulencia de una enfermedad. “Siempre me mantengo en contacto con los familiares o con los pacientes…si mejoran. Si mejoran me alegro y si no, pues doy respaldo emocional a los familiares. Es algo que siempre he hecho”, dice sin aspavientos Zuleima.

Nueve años después de integrar la dura profesión de paramédico en el pueblo de Vega Baja, Zuleima ha visto todos los matices del dolor, todos lo giros de la desgracia humana, todas la variables de la fragilidad de la vida y del cuerpo físico. Un 15 de febrero, varios años atrás, mientras conducía su ambulancia por la autopista de San Juan a Arecibo, se topó con el tránsito atascado. A lo lejos, el desconcierto de un accidente era evidente.

Mientras se acercaba se iban dibujando con claridad los trazos de un accidente entre un auto y un motociclista. De entre la multitud surgió una persona que solicitó a Zuleima su atención para una mujer que conducía la motora y que resultó gravemente herida. Zuleima accedió y al llegar la entorno del accidente descubrió que su prima hermana fue la víctima principal de la colisión y que su vida pendía de un fino y endeble hilo.

Hizo lo que sabía hacer cumpliendo el mayor estándar para salvar la vida de la mujer. Pero el destino dejó saber su veredicto y su prima hermana falleció tras llegar a la sala de emergencias.

Para Zuleima su muerte fue un golpe fuerte del que no pudo emerger fácilmente. Fue inevitable que se sintiera impotente ante el fracaso de impedir la muerte, que de alguna manera difusa e inconclusa, ella era también responsable de aquel deceso causado por un paro cardiorespiratorio. Sucumbió a la depresión, un periodo oscuro de su vida del que salió más fortalecida dos años después.

“He salvado demasiadas vidas y he perdido algunas…es normal. De alguna forma tú también eres una herramienta de Dios y él es quien decide lo que va a ocurrir. No importa la experiencia que tengas, es normal que en algún momento caigas en espacios de despresión y ansiedad. Es normal y nosotros (los paramédicos) no estamos exentos de eso”, expresó con acento decidido y resuelto.

En estos días de la pandemia de coronavirus los desafíos abundan en la vida de Zuleima y de todos los trabajadores públicos y privados que laboran directamente con la comunidad enfrentando la emergencia causada por el virus. El mayor dilema, expresa Zuleima, acontece cuando le toca regresar a su casa tras culminar su periodo de trabajo y aparece la incógnita sobre si ella será la fuente de contagio de coronavirus para su familia, ya porque se haya infectado con el virus o porque lo lleve en la ropa o en los zapatos.

“Nos cuidamos mucho para evitar el contagio…usamos cinco guantes, uno encima del otro para ir sacando guantes según desinfectas la ambulancia y te quitas la ropa de protección. Pero siempre pienso mucho en eso antes de regresar a mi casa”, señaló Zuleima.

El llamado para atender otra emergencia aparece y la adrenalina se emulsiona mientras el sudor frío que causa la tensión impone su reinado nuevamente.  Una descripción preliminar del estado de la persona que genera el llamado de emergencia se recibe através del sistema de comunicación.

Escucho el ulular de la ambulancia y Zuleima interrumpe la conversación porque un nuevo capítulo en su lucha incansable contra el tiempo y la adversidad acaba de comenzar. “Hablamos después”, alcanza a decir y cuelga el celular. Me quedo en silencio imaginando esa travesía vertiginosa para salvar una vida y  no puedo dejar de pensar en cuán distinto sería el mundo sin gente como ella.