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Mi hijo no quiere comer

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Por Yadira M. Rentas Rodríguez

Terapista Ocupacional

 

«¡Mi bebe no quiere comer!» es la queja que muchas madres traen a sus pediatras. En ocasiones en que una madre esta preocupación probablemente se encontrará con la respuesta de “es una etapa, ya se le pasará” o “déjalo sin comer y cuando tenga hambre comerá”.

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El Instituto Nacional de la Salud (NIH) reporta que un 25% de los niños “típicos” presentan dificultades en su alimentación. Este número aumenta a 80% en la población de niños con discapacidades en su desarrollo.

Los médicos, por lo general, se refieren a Disfagia como un problema que tiene una raíz médica, básicamente fisiológica, relacionada a la incapacidad del niño de tragar alimentos sólidos, por problemas que le dificultan o impiden físicamente manejar y tragar el alimento. Se llega a la conclusión de que, si físicamente el niño está apto para manejar los alimentos desde la boca hasta el estómago, el problema es la conducta del niño o de los padres que les alimentan. Nada más lejos de la realidad.

El proceso de comer es mucho más complejo y requiere mucho más de lo que a simple vista se puede observar. Este se desenvuelve en tres ámbitos: el social, sensorial y motor.

En primer lugar, el comer es un acto social.  Envuelve reglas sociales, la capacidad de sentarse junto a otros y tener unas destrezas sociales básicas que van desde el no sacarse el alimento de la boca frente a los demás hasta el poder manejar los utensilios y mantener una conversación coherente mientras comen en compañía de otros.

Muchos niños no tienen la experiencia de sentarse junto a su familia a comer.  Cada cual come “por su lao” como decían las abuelas. Y si se sientan a comer, es frente al televisor o cada uno en su celular. El comer juntos también expone al niño a una variedad de alimentos, de olores y texturas variadas que estimulan sus sentidos del tacto, olfato y gusto.

Hay niños que presentan hipersensibilidad sensorial y los olores de las comidas le desagradan. También pueden presentar hipersensibilidad táctil y solamente el ver alimentos de ciertas texturas les puede ocasionar náuseas. Estos niños necesitan madurar sus sentidos antes de aceptar alimentos variados. ¡Y si sus sentidos le dicen: “vas a morir si pruebas esa comida”, no hay quien le haga probar nada nuevo que le ofrezcan, por más rico que sea!

Por último, el comer también es un acto motor. Envuelve la presencia de reflejos orales, que van cambiando e indican la madures del mecanismo para manejar alimentos de texturas variadas. El acto de masticar depende que estos reflejos estén activos. Por lo tanto, no se le puede enseñar a un niño a masticar.  Es algo que se lleva a cabo “automáticamente”.

Este proceso de maduración va desde el nacimiento hasta los tres años. Así como cada niño gatea y comienza a caminar a edades diferentes, no todos los niños comienzan a comer alimentos sólidos a la misma edad.  Por eso vemos niños que pueden comer un muslo de pollo a los siete u ocho meses y otros que lo hacen hasta los tres años. Y ambos son “normales”.

El mecanismo oral también necesita que labios, lengua, mejillas y paladar blando tengan el tono y fuerza muscular adecuado para el manejo de los alimentos. Hay niños con problemas metabólicos y de otra índole que hacen que sus músculos no se desarrollen como se espera y esto afecta el manejo del bolo de comida.

Así que, llegamos a la conclusión que el comer es un tanto complicado y que ningún padre puede ocasionarle a su hijo un problema de alimentación.  A los niños pequeños les encanta comer y, de hecho, hay que estar muy pendiente de ellos cuando son menores de tres años pues pueden comer cosas que pongan su vida en peligro. Cuando esto no ocurre, es necesario una evaluación formal en Disfagia Pediátrica para ver la razón de su problema de alimentación.

A continuación, una guía de indicadores de la presencia de un problema de alimentación o Disfagia Pediátrica:

  • Tardar más de 20 minutos en comer una comida completa.
  • Babeo excesivo después d ellos nueve meses (moja la camisa).
  • Chupar débil (se tarda mucho en tomar poca cantidad).
  • No aceptar alimento en cuchara a los nueve meses.
  • El alimento se sale de la boca mientras come.
  • Tose, sentir náuseas, ahogarse con el alimento.
  • Dificultad para ganar peso o estar bajo peso.
  • Llorar, ponerse irritable, no querer sentarse a comer en la mesa con la familia.
  • Masticar el alimento y luego, sacarlo de la boca.
  • Ser selectivo con los alimentos; preferir alimentos enlatados o “fastfoods” de establecimientos específicos.
  • Tener un cambio en los hábitos de comer (antes comía bien y ahora no).
  • Inhabilidad para manejar alimentos de texturas variadas después de los 3 años.

Para más información puede escribir al Colegio de Profesionales de Terapia Ocupacional al siguiente correo electrónico: cptopr10@gmail.com.