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Rubén Berríos desde los ojos de Irizarry Mora

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Por Edwin Irizarry Mora

En ocasión de la jornada Batalla del Pepino

 

No voy a resumir aquí los logros académicos ni la trayectoria del eminente profesor de derecho, el licenciado Rubén Berríos Martínez, porque hablar brevemente de un maestro, de un visionario, del portaestandarte de la causa de la independencia de Puerto Rico durante más de cinco décadas, no es, ni será nunca, tarea fácil.

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En mayor o menor medida, todos los aquí presentes conocemos ese trasfondo, que en sí mismo requeriría de una semblanza extensa y rigurosa. Tampoco me es posible sintetizar las innumerables ocasiones en las que Rubén nos ha representado más allá de nuestras fronteras, en el ámbito latinoamericano, caribeño e internacional, a lo largo de casi seis décadas, es decir, desde finales de la década de 1960 hasta el presente. Y por supuesto, sería un reto todavía mayor el mero intento de hablarles sobre su trayectoria como dirigente político que abrazó la causa de la libertad de nuestro país desde muy temprano en su juventud, y rechazó privilegios y, con ello, la posibilidad de una vida cómoda y fácil.

Prefiero hablar del hombre a quien vi y escuché por primera vez en 1978, es decir hace 45 años. Recuerdo como ahora aquella gran actividad organizada por la Juventud del PIP en el Colegio de Mayagüez en octubre de ese año. “Puerto Rico es el issue” fue el nombre que se le dio a la campaña que recorrió varias universidades del país. Yo cursaba el primer año de mis estudios universitarios, y no podía perder la oportunidad de escuchar el mensaje de aquel dirigente que me había cautivado con su visión de lo que debía ser el futuro de Puerto Rico desde las elecciones de 1976, cuando este servidor cursaba el décimo grado de escuela superior. Aunque en 1976 los de mi generación no teníamos edad para votar, fuimos muchos los que recibimos nuestras primeras lecciones sobre la realidad política de nuestra Patria, gracias a una asignación que nos dio nuestro maestro de español, Ramón Pizinni, aquel humanista, pescador y, sobre todo, gran educador de nuestra escuela, quien, como buen independentista, nos asignó leer el resumen del programa de gobierno propuesto por el candidato a gobernador del PIP, publicado en el periódico El Mundo unos meses antes de las elecciones de ese año.

El discurso que pronunció Rubén ante más de mil estudiantes del Colegio, estuvo enmarcado en el contexto de su regreso a la cátedra de derecho en la UPR, luego de haber sido expulsado de esta por su participación como dirigente de la lucha contra la Marina de Guerra de los EEUU en la isla municipio de Culebra en 1971, y también en el marco de finales de una década en la que se había desarrollado la discusión del caso de Puerto Rico ante el Comité de Descolonización de Naciones Unidas. Nunca olvidaré uno de los detalles mencionados por el compañero Luis Flecha (QEPD) en su elocuente presentación del orador de aquella mañana; y es que el compañero Flecha destacó el hecho de que Rubén no aceptó compensación alguna por los años que estuvo expulsado de la cátedra.

Ese día me integré a la CUPIP del Colegio, y en enero de 1979, cuando se conmemoraba el natalicio de Eugenio María de Hostos, en el barrio Río Cañas Arriba de Mayagüez, pude estrechar por primera vez la mano de Rubén, quien con una sonrisa y con una energía contagiosa, me invitó a que me uniera a la causa de la libertad de nuestra Patria. Ese momento me hizo recordar al que considero el mejor anuncio que jamás se ha producido en campaña política alguna en la historia de nuestro país: Alborada, en el año 1976, cuando Rubén se postuló por primera vez para el cargo de gobernador. Me identifiqué con aquel grupo de puertorriqueños y puertorriqueñas (estudiantes, trabajadores, gente diversa y sencilla) que aparecen en el anuncio; compatriotas que aspiraban a que durante esa década Puerto Rico se convirtiera en un país libre y soberano.

A propósito de esa época: le he comentado a compañeros entrañables aquí presentes, como Ariel Colón Prats y Pedro Juan Méndez, y a otros, como Francisco Catalá y Fernando Martín, que, a mi juicio y a juicio de muchos de los de mi generación, ese grupo de hombres y mujeres jóvenes que Rubén Berríos logró convocar desde fines de los años sesenta y durante las tres décadas subsiguientes, ha sido el liderato más capacitado políticamente y,  sin lugar a dudas, con más talento, que ha tenido la lucha por la independencia de Puerto Rico en tiempos modernos, superando por mucho a quienes nos tocó jugar algún papel de liderato en los años posteriores.

Y no lo digo por menospreciar los méritos de la gente de mi generación y de los jóvenes de la generación de Juan Dalmau, es decir, a los del presente, que poseen también enormes atributos. Lo digo porque creo que nunca le hemos reconocido, en justicia, a ese grupo selecto de hombres y mujeres, la gesta de que logras en mantener viva la antorcha de la lucha por nuestra independencia nacional, en los tiempos más complicados y en las circunstancias más difíciles, héroes en tiempos no heroicos, como ha dicho en reiteradas ocasiones Rubén sobre Don Gilberto y los líderes que le acompañaron en su época.

Afortunadamente todavía contamos con muchos de esos dirigentes que convocó y aglutinó Rubén, y que son nuestra inspiración y nuestro ejemplo, porque siguen estando de pie, dando lo mejor de sí, en tiempos donde estar arrodillados se ha convertido en la norma para la mayoría de la clase política colonial. A esos, cuyos nombres no menciono porque sería imperdonable que se me quedase alguien sin reconocer, les doy las gracias desde aquí, por su constancia y por su sacrificio de toda una vida.

El Rubén con quien he compartido a partir de principios de los años ochenta, y en todos los años posteriores, excepto durante los años en que estuve estudiando fuera del país, ha sido para nosotros, sobre todo, maestro, ejemplo de hombre a emular, patriota incorruptible. Permítanme mencionar un par de anécdotas que revelan el carácter, el compromiso con los más desventajados de nuestra sociedad, y la inconmensurable generosidad que han caracterizado a Rubén a lo largo de toda su vida.

Recuerdo que durante un almuerzo en un restaurante en San Juan, a mediados de los años 90, el mesero, vertió sin querer el contenido del refresco que tomaba Rubén sobre su ropa, con el agravante de que después de ese almuerzo Rubén tenía que estar vestido nítidamente para una entrevista de televisión… bueno pues, los compañeros que estábamos en la mesa nos asustamos con el incidente, más que todo porque la verdad es que el pantalón y la camisa de Rubén se habían bañado con aquel refresco. Entonces, como lección inolvidable para nosotros, Rubén le pidió al muchacho que nos servía que se acercara a la mesa, que él tenía algo que decirle: y le dijo: “cuando tu supervisor te pregunte qué paso en esta mesa, le dices que fui yo quien me viré el refresco, me lo vas a prometer”. Rubén sabía que en este país la soga parte por lo más fino, y que a aquel trabajador lo podían haber despedido fulminantemente. ¡Obviamente, el joven agradeció aquel gesto, se quedó pasmado, y Rubén continuó su conversación amena y gentilmente, como si nada hubiese pasado!

Posteriormente, en 1998, cuando como consecuencia del paso del huracán Georges, el PIP organizó una campaña de visitas a todos los rincones del país, para identificar a las personas y comunidades damnificadas, para ver en qué medida podíamos ayudar. Rubén preparó una agenda de visitas. Y en Mayagüez, fuimos a los barrios colindantes con el Consumo, en las partes altas de Mayagüez y algunos barrios de Las Marías, con Rosaura Rodríguez y Frankie Bartolomei, y luego nos dirigimos a Cabo Rojo, a las parcelas Elizabeth de Puerto Real, donde presencié escenas desgarradoras, que todavía me conmueven, pero por una razón muy particular.

Y es que, como consecuencia de ese huracán, en mi casa Elisa y yo tuvimos algunas pérdidas, que a mi modo de ver habían sido muchas, y yo estaba muy afectado, con el ánimo caído, con bastante pesadumbre. Cuando Rubén se enteró de lo que nos había pasado, hizo dos cosas: a los pocos días del paso del huracán, se apareció por mi casa con el compañero Víctor García San Inocencio (lamentablemente nosotros habíamos salido a buscar agua y algunos suministros) y al regresar a la casa notamos que alguien nos había dejado un sobre con un dinero… sin identificar. Cuando llamé a Rubén, ¡tuve que rogarle para que me dijera que había sido él quien había dejado el sobre, y me advirtió que no iba a aceptar que yo le devolviera un solo peso de aquel dinero, que lo usara para lo que mi familia necesitara, que era lo importante en ese momento!

Pero la lección más grande fue, no sólo para mí, sino para todo el grupo de compañeros, dirigidos por Francisco Arroyo, por Dagoberto, por Doña Carmen, Don Edgar y los demás compañeros de Cabo Rojo y de otros comités de la zona. Y es que Rubén no se pudo contener ante la pobreza que se revelaba ante sus ojos: abrazó como a un hijo a aquellas señoras, muchas de ellas ancianas, que estaban sentaditas en los cimientos de lo que hasta entonces habían sido sus casitas, cada una de ellas con unas muditas de ropa y con algunos bienes de consumo que habían recogido del suelo, de lo que el huracán había arrancado despiadadamente.

Esas personas, que eran y son parte de nuestra población más vulnerable, más pobre, le rogaban a Rubén por su ayuda, por lo que él pudiera hacer, y nosotros, con lágrimas en nuestros ojos al igual que Rubén, tomamos nota para ver cómo podíamos canalizar ayuda desde la oficina del senador Rubén Berríos, y de la oficina del Representante Víctor García, desde los comités de la zona y a través de las gestiones de nuestros legisladores municipales. Aquel día salimos de Puerto Real ya de noche, porque nuestro líder quería escuchar las necesidades de todas esas familias.

Para mí la gran lección, que me hizo sentir muy avergonzado, y todavía hoy me avergüenza, es que yo pensaba que en mi cas se había perdido mucho, cuando aquellas familias lo habían perdido, literalmente, todo.

Por acciones como las que narro, entre tantas otras de las que hemos sido testigos muchos de los que estamos aquí en la tarde de hoy, es que los que hemos tenido el privilegio de compartir con este ser humano extraordinario, de recibir sus lecciones y consejos, y también un jamaqueón cuando no hemos obrado como debíamos, o cuando no hemos cumplido con nuestro deber como hombres y mujeres comprometidos con nuestra Patria, sabíamos desde que le conocimos que se trataba de un prohombre, de un dirigente puertorriqueño como ninguno en las últimas tres décadas del siglo XX y lo que va del presente siglo.

Como se dice sobre él en uno de sus primeros libros, Hacia el Socialismo Puertorriqueño, “se trata de un apasionado por la justicia y por la libertad, con extraordinarios dotes de orador (a mi juicio, como ninguno otro durante los pasados 55 años), su verticalidad inquebrantable, y su profunda cultura…son cualidades que le reconocen admiradores y adversarios”.

Creo pertinente citar lo que de Rubén expresó el gran intelectual uruguayo, Angel Rama, hace exactamente 40 años (es decir, el otoño de 1983, desde la ciudad de París, y fallecido trágicamente al mes siguiente en Madrid) en el Prólogo del libro Independencia de Puerto Rico: razón y lucha:  “Rubén Berríos pertenece a un linaje establecido de su patria, tal como queda evidenciado en la progresiva organización de este libro, que pasa de los fundamentos espirituales de la nación, de la historia del coloniaje, al redescubrimiento de los grandes padres de la patria (Hostos, Albizu Campos, Concepción de Gracia). Esta tradición ardiente, y a un tiempo equilibrada, comprensiva de la entraña del pueblo, vive en él. Es hijo de ellos y, por lo mismo, padre de nuevos hijos esclarecidos. Y por eso es obligatoriamente hijo de José Martí, cuya fe y cuyo acento estremecido resuenan en la prosa brillante de un hombre que más que escribir, está hablando a sus compatriotas, conviviendo con ellos, diciéndoles y diciéndose, ‘con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar’”.

Durante los años más recientes, cuando hemos escuchado las palabras pronunciadas por Rubén en las despedidas de duelo de doña Lolita Lebrón, de Juan Mari Brás y de Rafael Cancel Miranda, además de su memorable alocución en ocasión del nonagésimo quinto aniversario del natalicio de Juan Mari Brás, se confirma lo que Rubén mismo nos ha inculcado reiteradamente cada vez que ha tenido la oportunidad. ¡Y es que tenemos que ser agradecidos! Jamás he escuchado a Rubén quejarse de ninguna de las tareas que él mismo se ha auto impuesto, como cuando le tocó estar un año en la playa en Vieques, y luego tres meses en prisión, aparte de los meses que ya había cumplido en la cárcel en la gesta de Culebra. ¡Y muy poca gente en este país sabe que en muchas ocasiones fuimos nosotros, los demás dirigentes del partido, los que le impusimos tareas, muchas de ellas ingratas, incómodas, y él siempre las cumplió como líder ejemplar, como patriota insustituible en cada una de esas coyunturas!

Culmino mis palabras con la última de las lecciones que nos ha dado Rubén. Fue en diciembre del año pasado, como mencioné, cuando ofreció su magistral mensaje durante la conmemoración del natalicio de Juan Mari Brás, en la Escuela de Derecho de la UPR. Y esto tiene que ver con lo que enfaticé antes, es decir, con la importancia de ser agradecidos. Porque sepan ustedes, que algunas personas, no sólo entre las allí presentes, sino varias otras que no comprenden ni han comprendido nunca cómo se manifiesta la grandeza de un ser como pocos de los nacidos en esta tierra, pensaban y hasta apostaban que Rubén hablaría sobre las diferencias, tanto tácticas como estratégicas, que en ocasiones distanciaron las visiones de Juan Mari Brás y de Rubén Berríos en la lucha por nuestra independencia nacional. Por el contrario, en sus memorables palabras Rubén se centró en las virtudes, en los enormes sacrificios y en la gigantesca aportación de Mari Brás a esa lucha.

Por eso creo pertinente cerrar esta semblanza con la respuesta que le dio Rubén a quienes pensaban que aprovecharía aquella ocasión para recriminar a su amigo y compañero de tantos años por tales diferencias. Les dijo Rubén: “A esos [que pensaban de esa manera] les contesto con las palabras de Martí, y cito: ‘los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan mas que de las manchas, los agradecidos hablan de la luz’. Yo soy de los agradecidos”.

Y es con esa misma actitud de agradecimiento, estoy en la absoluta seguridad, que Rubén recibe el homenaje que ustedes tan gentilmente le han preparado en el día de hoy, en conmemoración de la Batalla del Pepino. ¡Gracias por tanto Rubén! ¡Gracias, sobre todo, por continuar aquí, por esta aquí, y por darnos el privilegio de tu presencia! ¡Que viva Puerto!